Invivible pero insustituible. Así es como Joaquín Sabina definió la capital española en los ochenta. Y así podría definirse ahora. Una ciudad de todos y para nadie, en la que cada vez quedan menos agujeros donde echar raíces. Y al mismo tiempo, una capital llena de rincones pintorescos, calles que no duermen y gente alegre que vive al día.
El agujero de Sabina en La Latina
Sabina conoce mejor que nadie las paradojas y defectos de Madrid. Se mudó al barrio de La Latina en la época de la Transición Española junto a Lucía Correa, que entonces era su mujer, y también la musa de sus canciones. Su casa estaba en el número 23 de la calle Tabernillas (hoy apodada Calle Melancolía), donde ahora encontramos El Bombín: un bar de tapas que homenajea al artista.
A pocos metros, en el número 42 de la calle Cava Baja, se encuentra Lãniak, el local que en su día fue la mítica Mandrágora. Aquí Sabina se consolidó como músico junto a Javier Krahe y Alberto Pérez, tocando sus primeras canciones para un público entregado y participativo. El escenario y las ventanas del local son testigos de aquellos años mágicos.
Malasaña en la historia de Sabina
El barrio de Malasaña fue uno de los más frecuentados por Sabina durante los ochenta. Se le recuerda en el Café Manuela (calle de San Vicente Ferrer, 29), punto de encuentro habitual de artistas y escritores, y el Café Comercial, el emblemático local de la Glorieta de Bilbao. También en Peor para el Sol (calle de la Unión, 2) que rinde cada noche un pequeño homenaje a Sabina con la canción que da nombre al bar; la Sala Taboo (antiguo Elígeme), que fue propiedad del propio Sabina y escenario de muchas veladas, y Los Diablos Azules (calle de Apodaca, 6), un bar que pertenece a Jimena, la actual pareja del cantautor.
Ahora, Sabina reside en las inmediaciones de Tirso de Molina, un entorno que ha inspirado varias de sus canciones. Pese a cantar mil y una veces «que me lleven al sur donde nací», el músico ha hecho de Madrid su hogar.