Este artículo ha sido escrito por Leah Pattem, periodista, fotógrafa y defensora de los bares de toda la vida. Lleva varios años viviendo en Madrid y combatiendo la gentrificación desde su trinchera particular: Madrid No Frills.
Siempre he creído que los bares de toda la vida son lugares inspiradores. Son puertas de entrada al Madrid obrero, al alma migrante y también son involuntariamente bonitos, tal y como lo es la ciudad. También son el lugar en que nació mi blog, Madrid No Frills, mientras yo estaba en la barra con una caña y una tapa y escuchando la historia del dueño.
Desde los años cincuenta, ciudades como Madrid o Barcelona experimentaron un fenómeno migratorio masivo desde los pueblos de interior a sus periferias. Los setenta y los ochenta son una época excitante en España, pero sobre todo en Madrid. Las estaciones de tren se llenaron de españoles jóvenes y optimistas que pisaban la capital por primera vez. Me pregunto si estos jóvenes pensaban, mientras bajaban las maletas del tren, que eran ellos quienes forjarían la personalidad moderna de Madrid.
Extremeños, andaluces, gallegos, asturianos armados con valiosas habilidades manuales construyeron los cimientos de la ciudad que conocemos hoy: la infraestructura, las fábricas, las tiendas locales y los bares de toda la vida. Todo esto llegó gracias a los inmigrantes españoles, gracias a quienes podemos disfrutar de los rincones culinarios de todo el país sin salir de Madrid, simplemente tapeando por los pequeños bares de barrio de la ciudad.
Con el paso de los años, he reunido una vasta colección de fotografías y de historias, pero hay algo nuevo que escucho una y otra vez de parte de los dueños de estos bares: los clientes están disminuyendo. Esta disminución de la clientela está profundamente conectada con el desmantelamiento de las redes vecinales y, consecuentemente, con los altos precios de los alquileres en nuestra ciudad.
Recientemente, debido al cierre forzoso de todos los bares durante el confinamiento y el golpe económico que la crisis pandémica ha supuesto, se estima que hasta 60.000 negocios hosteleros han cerrado en el último año, según Hostelería de España.
Los que se mantienen abiertos siguen sirviendo cañas y tapas en una ciudad en la que, sin lugar a duda, las probabilidades de seguir abiertos están en su contra. Pero, mientras sigamos visitando los bares de toda la vida,–los soldados de la resistencia a la gentrificación–, estos seguirán viviendo, al igual que el alma de Madrid.
Y aquí van algunos de los que han sobrevivido: