Hay estudios que afirman que la adolescencia es la época clave para empezar a consumir. Pero yo no caí en sus redes durante mi pubertad, aunque muchos amigos míos sí lo hicieron.
Una de las peores cosas de esta adicción es que tiene un fuerte componente social, de hecho, disfrutas más de ella si estás rodeado de gente. La primera vez que la probé tenía 18 años. Acababa de empezar la universidad en una ciudad diferente a la mía. Era la época ideal para conocer gente nueva y experimentar. Pensaba que no me iba a gustar, que la gente exageraba lo que decían de ella, pero no.
Sólo necesitas probarla una vez para querer más. Notas los efectos que causa en tu cuerpo rápidamente: la boca se reseca, tienes mucha sed, aumenta tu apetito y quieres más. No consigues saciar tus ganas solo con un poco. Y lo peor es que está al alcance de cualquiera.
Al principio, son tus amigos los que te proponen repetir, pero poco a poco y sin que te des cuenta, eres tú quien decide ir a por más.
Utilizas la excusa de que te facilita la vida: es barata, fácil de conseguir, rápida de consumir y legal.
Tras abusar de ella y sufrir sus estragos durante varios años, por fin me he dado cuenta de que tengo que olvidarme de ella. Va a ser muy difícil, porque está en la tele, en la marquesina del autobús, al lado del trabajo…y algunas dosis se pueden conseguir durante las 24 horas del día.
Te la vende un payaso, si te la tomas eres el king y te la llevan hasta casa: soy adicta a la comida rápida.