La competitividad, la lucha por ser el mejor y obtener la aprobación ajena no es algo que hayan inventado Facebook, Instagram o las tertulias de Telecinco. La Grecia de hace más de dos milenios era ya foco de la más patológica de las obsesiones por ser el mejor donde no bastaba con ser bueno. O eras el mejor o no eras nadie. Esta es la maravillosa lección de antropología que nos trae CaixaForum con su última exposición Agón. La competición en la Antigua Grecia.
La muestra está compuesta por 172 piezas del British Museum de Londres, de las cuales el 90 por ciento no había salido nunca del museo inglés. Entre esta multitud de objetos de valor incalculable pueden verse esculturas, frisos, bustos, puntas de lanza, estelas funerarias o dardos que rondan los 2300 años de antigüedad.
Aunque agón, término que da nombre a la exposición, pudiera traducirse como desafío o disputa, según ha comentado Peter Higgs, conservador de escultura y arquitectura griega del British Museum y comisario de la exposición, no se ha tratado de buscar una aproximación al concepto de lucha, sino más bien un estudio de la naturaleza humana -que no ha cambiado tanto desde entonces- a través de las aspiraciones de los griegos de la época.
La civilización griega, precursora de la olimpiadas, buscaba la perfección en la destreza física e intelectual en una suerte de equilibrio que ya gustaría hoy. El atleta ganador podía ser galardonado con 40 ánforas de cerámica repletas de aceite de oliva, que suena más a cesta de Navidad que a premio olímpico. El segundo, el medallista de plata de hoy, se llevaría absolutamente nada.
También se cubría de gloria el ganador de los certámenes de música, danza o poesía de entonces. El ganador podía llevarse a su casa 40 diademas de oro. El segundo clasificado, nada. Como hoy, los éxitos deportivos e intelectuales se pagaban con admiración social y exageradas primas económicas. Por suerte para ellos -los griegos, digo-, se hubieran ahorrado el debate sobre quién es mejor, si Cristiano o Messi.
También puede verse en el número 36 del paseo del Prado una parte de mausoleo de Halicarnaso, el megalómano monumento que fuera considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo que el persa Mausolo mandó construir, en un ataque de humildad, para ser enterrado allí, y que daría nombre al suntuoso sepulcro que hoy conocemos como mausoleo.
La exposición estará abierta en Madrid hasta el 15 de octubre y después viajará por los centros que CaixaForum tiene repartidos por España.