En el paisaje urbano de Madrid, donde la playa siempre ha sido un sueño imposible, la Piscina-Club Stella se erige como uno de los grandes símbolos del ocio y la modernidad de la capital durante el siglo XX. Ubicada en la calle Arturo Soria, a escasos metros de la M-30, esta piscina de líneas racionalistas y evocación marinera fue durante décadas el refugio estival de la élite madrileña y de celebridades internacionales. Hoy, sin embargo, la Stella es uno de los lugares abandonados más espectaculares y melancólicos de la ciudad, víctima del olvido y del paso del tiempo.
Un club náutico en pleno Madrid
La historia de la Piscina Stella comienza en 1947, cuando el arquitecto Fermín Moscoso del Prado proyecta este edificio a petición de Manuel Pérez-Vizcaíno, propietario de la finca y visionario que quiso dotar a Madrid de un club social a la altura de los grandes centros de ocio europeos. El Stella no solo era una piscina: su diseño imitaba los clubes náuticos de la costa, con un edificio blanco de líneas limpias y modernas, jardines extensos y servicios exclusivos que incluían peluquería, gimnasio, pista de baile, restaurante, bar, bolera y hasta bingo.
El éxito fue inmediato: en los años 50 y 60, la Stella podía superar el millar de visitantes diarios en los meses de verano, y su solárium era frecuentado por artistas como Ava Gardner, Antonio Machín, aristócratas, futbolistas y miembros de la jet set nacional e internacional. Los rumores dicen que este fue un pequeño oasis de libertad en el Madrid franquista, donde no solo se lucía el bikini, sino que el toples y el nudismo tuvieron cabida.
El declive y el abandono de la piscina Stella
A partir de los años 80, la Piscina Stella comenzó a perder protagonismo frente al auge de las piscinas privadas y las nuevas instalaciones municipales, más accesibles y económicas. El club, que había sido símbolo del aperturismo y la sofisticación durante la dictadura, no pudo competir con los nuevos tiempos y en 2006 cerró definitivamente sus puertas. Desde entonces, el edificio ha experimentado un progresivo deterioro: la vegetación invade los jardines, la blancura de la fachada se ha rendido a la contaminación y los grafitis, y hasta el emblemático letrero “STELLA” ha perdido la mayoría de sus letras.
Pese a estar protegido por un plan especial del Ayuntamiento desde 2011, que impide su derribo o modificación, la falta de acuerdo entre los herederos del propietario original, la dificultad para encontrar un comprador y la ausencia de inversiones han condenado al Stella a una lenta agonía. El edificio, que ocupa casi 9.000 metros cuadrados, permanece cerrado y deshabitado, convertido en un “cadáver urbano” que solo revive en la memoria de quienes lo conocieron en su esplendor.