El verano en Madrid es piscinero. Las municipales, las de los hoteles, las comunitarias de aquel amigo que se hace más amigo que nunca en agosto… La piscina puede ser, incluso, un gesto político: el derecho al chapuzón, a refrescarse para paliar las altas temperaturas. Por eso la piscina es importante. Es también una forma de hacer comunidad, de reunir a los vecinos, de crear barrio. Y es recuerdo de aquellos veranos de bocata de filete empanado y partidas de cartas sin fin.
Hay en Madrid historias de piscinas que ya no existen y que son, a la vez, relatos de madrileñas y madrileños que guardan fotografías, anécdotas y recuerdos en lugares que desaparecieron. Así ocurre con los baños del Niágara, que albergaron la primera piscina cubierta de la ciudad (como indican los Archivos de la Comunidad). Se ubicaba en la cuesta de San Vicente número 12 frente a las Caballerizas Reales (actualmente, número 14) y el complejo abrió sus puertas a todos los madrileños en el año 1879.
Su ubicación no fue elegida al azar. Por esta calle transcurría un arroyo que surtía de agua a los lavaderos junto a los cuales se abrieron las piscinas. En los primeros años, sus aguas se publicitaban para uso medicinal y a modo de balneario. Más tarde, atendiendo a las modas de la aristocracia europea (que empezaba a disfrutar del baño como un momento ocioso más que médico) se vendían como piscinas de natación (recomendamos la lectura de este reportaje de la web Antiguos Cafés de Madrid para bucear en la curiosa historia de Niágara).
Entre baños musicales y competiciones de natación, el complejo abrió su propio restaurante y hasta un cine. El éxito era tal que las “pilas” del Niágara llegaron a fusionarse con el Club Canoe para, entre ambos, techar una de las piletas inaugurando así la primera piscina cubierta de Madrid. El Niágara fue una verdadera catarata de ocio y modernidad para ese Madrid que despertaba al mundo. Su desaparición llegó en la década de los 50, cuando se derruyó para dar lugar al hotel que hoy permanece abierto en el número 14 y a esos cines Príncipe Pío de los que solamente queda una inscripción: «Salida de urgencia del cine Príncipe Pío».
Piscinas abandonadas
Sin embargo, hay piscinas que todavía están… aunque son hoy una sombra fantasmagórica de lo que llegaron a ser. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la piscina Club Stella o con el complejo de la Playa de Madrid, cuyos restos permanecen como bellos esqueletos vacíos de vida.
La Stella nació en 1947 de los planos con forma de barco del arquitecto Fermín Moscoso del Prado Torre y ampliada, posteriormente, por Luis Gutiérrez Soto (recuerden este nombre). Un ejemplo de arquitectura racionalista que mira hacia la M30 y en cuyas aguas chapoteaban los militares norteamericanos que trabajan en la cercana base de Torrejón de Ardoz. Y mucho más.
El carácter privado de la blanca construcción atrajo a figuras del papel couché y hasta al glamour de Hollywood (Ava Gardner, Xavier Cugat, Machín o Paloma Picasso eran habituales). Cuentan por los mentideros que la Stella era un escondite de “libertad” para la época, donde las normas se dejaba relajar tanto o más que sus aguas. Allí se otearon bikinis que dieron paso a la práctica del topless en la ciudad (incluso, dicen, algún que otro desnudo integral). Allí, también se rodaron escenas de algunas películas de esa España que despertaba a la picardía (a costa de los cuerpos femeninos, claro) como ¡Hombre acosado! (1952) o El Cochecito (1960).
Sin embargo, este buque que era la Stella no sobrevivió a la competencia que supuso la proliferación de piscinas privadas, los nuevos clubs deportivos y piscinas municipales y cerró sus puertas en 2006. Hoy, abandonada, se encuentra dentro de un Plan Especial de Protección del Ayuntamiento de Madrid a la espera de ver qué ocurre con ella.
El Manzanares o la playa de Madrid
Madrid sí tuvo playa: una presa construida en el Manzanares en un tramo próximo al Hipódromo de la Zarzuela. Alrededor de esta, un complejo que terminó de construirse en 1935, a las puertas de la Guerra Civil, y que fue diseñado por el arquitecto Manuel Muñoz Monasterio (autor también de la plaza de toros de las Ventas o del primigenio Bernabéu). ¿El objetivo? Que la clase trabajadora se bañasen en las aguas del río con todas las comodidades, que viviesen la ilusión de la playa (de agua dulce) a un cuarto de hora de la Puerta del Sol. Misión cumplida. En esta piscina pública había barcas, un faro e incluso pista de baile.
La playa fue creciendo y evolucionando entre canchas de tenis, pistas de patinaje, merenderos… hasta llegar a albergar cinco piscinas que sustituyeron los baños en las aguas de un Manzanares cada vez más contaminado. El lugar sobrevivió a duras penas a las bombas pero no a la corrupción y, desde 2014, permanece cerrado, abandonado y vandalizado.
El Manzanares fue padre de otra curiosa piscina a la que dio a luz en su interior, en uno de sus islotes: La Isla, obra de Luis Gutiérrez Soto (el mismo arquitecto de la Stella) con forma de barco. Inaugurada también en los años 30, al abrigo de la Segunda República, poseía una piscina en su proa, otra en su popa y una cubierta en el interior.
La Isla era una completa delicia arquitectónica de vanguardia para la época, de formas redondeadas, poblada de ojos de buey… y no faltaba ni el restaurante ni la sala de fiestas ni el gimnasio. Moderna y de carácter privado, era más un club social donde ver y dejarse ver. ¿Su final? Un obús de la Guerra Civil la hirió de gravedad, pero fue otra de las canalizaciones del Manzanares (ya en los años 50) la que remató e inundó La Isla para siempre.
Protagonistas de los veranos de nuestra infancia
Seguimos el curso del Manzanares hasta el puente de los Franceses y en los terrenos que hoy ocupa el Hospital HLA Universitario Moncloa. Allí, en la carretera del Pardo 37 (como muestran las postales publicitarias de la época) se encontraba la Gran Piscina El Lago, otra desaparecida.
Y Construida en la «década de las piscinas» (la de los 30) según diseños del arquitecto Luis Casa, fue de las más longevas de esta serie de desaparecidas, ya que siguió siendo lugar de peregrinaje de los madrileños hasta los años 80. Encontramos comentarios de habituales que a día de hoy señalan cómo de avanzada era, ya que los bañistas hacían uso del tanga y practicaban topless: “En la azotea del edificio de los vestuarios había un solarium, solo para señoras, donde estas tomaban el sol desnudas”.
A la vez, era un lugar muy familiar y se desprende esa nostalgia de quien pasó muchas tardes de verano entre partidas de cartas y sodas: “La cafetería era enorme, camuflada literalmente por los muchísimos árboles que daban sombra permanentemente y allí disfrutamos muchos momentos de café con hielo y partidas de chinchón en familia”.
¿Quién aprendió a nadar en una piscina madrileña?
La morriña piscinera ha llevado a algunos madrileños a crear un grupo revival en Facebook. Es el caso de la piscina de San Miguel, en Opañel (propiedad de las Hermandades del Trabajo). Ubicada en la calle de la Verdad, contenía cuatro piletas, una de ellas de uso exclusivo para mujeres (quienes practicaban topless si así lo deseaban).
“Yo veraneaba en la piscina San Miguel” es una oda a los veranos de antes, en donde encontramos historias de madrileños que se cuelan furtivamente entre los restos de lo poco que queda de este complejo que tanto marcó a generaciones enteras, fotografías familiares en sepia, saltos en bomba, e incluso una bolsa de plástico furtiva que se cuela en el siglo XXI prácticamente intacta. Hay quien recuerda «las sillas rojas de hierro que quemaban que no veas» o cómo aprendieron a nadar allí «y a tirarme en trampolín, a patinar…». Incluso, esos ciclos televisivos improvisados, el binge watching del momento: «yo viví la época de la serie V y recuerdo verla en la tele gigante que ponían».
Las piscinas que ya no existen de Madrid abren una ventana a los estíos pasados, a la cara refrescante, divertida y ociosa de la ciudad. También, a eso tan revolucionario que ocurre cuando nos despojamos de la ropa para fundirnos con el agua, asalvajarnos un poco y dejar que las reglas y el aburrimiento se fundan en el asfalto.
Las piscinas que ya no existen de Madrid (como estas de las que hemos hablado y tantas otras: Formentor, Tabarca, Mallorca, Miami…) nos enseñan la historia de los vecinos más verdadera, personal y genuina. Larga vida a las piscinas, las que existen y las que permanecerán, para siempre, en el recuerdo de los madrileños.