Condensar todo lo que supuso Bowie para la música, el arte, la moda, el vídeo, el colectivo LGBTIQ+, la apertura de miras, la ruptura de esquemas… es un trabajo inabarcable. Pero no imposible. Bowie Taken by Duffy es una exposición que abre sus puertas en Madrid (estrenándose aquí mundialmente) que se enfrenta a esta hazaña de definir lo indefinible centrándose en un período concreto y en un equipo: la década de los 70 y el furor creativo que unió, durante nueve años, a David Bowie y al fotógrafo Brian Duffy.
La famosa imagen del rayo, tan imitada, replicada y reutilizada que se podría afirmar que pertenece al mundo, fue obra de Brian Duffy para la portada del disco Aladdin Sane (álbum que cumple ahora 50 años). Y es, también, resultado de una de las cinco sesiones fotográficas en las que ambos se unieron creando imágenes rompedoras, atrevidas. Creando una imaginería única que definiría la década de los 70.
Estas sesiones conforman el recorrido cronológico y creativo de una exposición que es más que Bowie: es un viaje a ese pasado en el que el artista lo cambiaría todo. Hemos pisado la exposición para conocer todos sus entresijos de la mano de Chris Duffy (fotógrafo hijo de Brian Duffy y gestor del Duffy Archive) y Rafa Cervera (periodista musical, novelista y experto en David Bowie). Estos son todos sus secretos:
1. Más que una exposición, un viaje en el tiempo
Al entrar en la muestra la música inunda la escena, la luz nos adentra en un mundo casi onírico y los visuales transitan esa psicodelia, esos colores, que nos llevan a los 70. Entrar aquí es hacerlo a un mundo de cultura pop y a una experiencia diferente de diseño museográfico. Referencias al contexto histórico, cultural, qué ocurría en ese momento, cuáles eran los iconos de la época, qué sonaba, cómo se vestía… ¿con qué personalidad jugaba Bowie en ese momento?
Para conseguir esta inmersión, Chris Duffy pasó cinco años recorriendo el mundo buscando a esos amigos, peluqueros, maquilladores, asistentes… que fueron parte de las sesiones fotográficas en las que su padre capturó a Bowie. Entrevistas que narran en primera persona los detalles de cada sesión.
2. Bowie y Duffy, un duo predestinado
Bowie ya le había echado el ojo a Duffy antes del rayo redentor que catapultaría la colaboración entre los dos. Ocurrió a finales de la década de los 60, cuando Bowie se presentó al casting de Oh! What a Lovely War, película producida por Duffy. No fue seleccionado.
Unos años después, en 1972, ocurrió la magia: Duffy fotografiaba a Ziggy Stardust días antes de que este arrasase con su actuación en el programa Top of the Pops «que dejaría anonadada a la juventud inglesa al ver a ese personaje irreal, con ese mono de colores, el pelo naranja de punta y esa actitud sin precedentes: una actitud ambigua, que es lo que define a Ziggy Stardust», como comenta Rafa Cervera. Esa sería la primera sesión y el inicio de todo.
Cuenta Chris Duffy a Madrid Secreto que cuando conoció a Bowie fue a gritos: como todos los domingos, Brian Duffy ponía vinilos a un volumen extremo en el salón de su casa. Chris escuchó algo que le llamó la atención y bajando la escalera preguntó a su padre: «¿Qué está sonado?». A lo que este respondió: «Es Bowie, la semana que viene iré a hacer las fotos de su próximo álbum, ¿quieres conocerle?».
El siguiente martes, Chris apareció por el estudio y el propio Bowie le abrió la puerta. Mirándole de arriba a abajo le preguntó: «¿pero tú quién eres? ¿el hijo de Duffy? ¡Tu padre es un lunático!». Chris entró en el estudio, se sentó al lado de Ken Scott (productor) y pudo escuchar cómo Mick Ronson (guitarrista) hacía los overdubs para la canción Let’s Spend the Night Together. Pura historia de la música.
3. «La Mona Lisa del pop»
Lo curioso de esta sesión es la naturalidad con la que surgió todo. De hecho, el título del álbum viene de una equivocación: Duffy entendió, al teléfono, que el disco se llamaría Aladdin Sane, en vez de A Lad Insane, como le expresó Bowie. Del error nació todo un personaje y así se quedó para siempre. Este año Aladdin Sane celebra su 50 aniversario, y Chris Duffy lo celebra con un libro que será publicado en español en un par de meses.
«¿Sabes que fui yo quien dijo eso de La Mona Lisa del pop?«, nos pregunta Chris Duffy. Así es como define la portada de Aladdin Sane, producto de la segunda sesión fotográfica de Duffy con Bowie y cuyo dye transfer original está expuesto en la muestra del COAM. «De esta pieza, de esta única pieza, salen los carteles, los pines, los imanes de nevera… este es el origen de todo». Es el origen de todo un universo que ha trascendido la propia imagen.
Rafa Cervera reflexionaba sobre esto mismo en la rueda de prensa de la apertura de la exposición: «Como la Mona Lisa, la imagen de Aladdin Sane sigue manteniendo un misterio: la miramos y seguimos imaginando y preguntándonos cosas cuyas respuestas no vamos a tener nunca. Además, es uno de los grandes iconos para el colectivo LGBTIQ+, sigue siendo una imagen poderosísima que, con esa sencillez, sigue diciendo mucho. Con esta foto, Bowie nos está mostrando la fluidez del género, borrando las barreras entre identidades sexuales. Es una fuente de inspiración y libertad que con el tiempo ha ido ganando más y más importancia».
4. El desierto de White Sands
Cuando preguntamos a Chris Duffy por su pieza predilecta de la exposición, no responde con Aladdin Sane. Para él, una de las sesiones más rompedoras (estéticamente hablando) es la que organizó su padre (al que siempre se refiere como «Duffy») en el desierto de White Sands, Nuevo México. Una sesión que no tenía que ver con lo musical y que se organizó para retratar a Bowie durante el rodaje de El hombre cayó a la Tierra.
Según Rafa Cervera, en esta sesión «se capta al personaje que interpreta en esa película pero también al Bowie aristocrático, despojado de su imagen ambigua y extravagante; al Bowie europeo que acabará en Berlín grabando Heroes«.
Duffy nos cuenta detalles sobre esta sesión, y de cómo ejemplifica la relación entre ambos genios creativos: «Duffy estaba empujando los límites en esta sesión. Son fotografías muy difíciles. Bowie estaba rodando en Santa Fe y Duffy le convenció para ir hasta White Sands ellos dos solos. La luz se estaba yendo así que utilizó una técnica por la que conectaba un flash con otros tres flases y le pidió a David que se quedase muy quieto (para evitar que se desenfocase la imagen) pero que moviese solo una parte del cuerpo».
Al acabar la sesión, Duffy envió el rollo para su revelado sin saber si había algo ahí… o no había nada de material. «Todo podría haber salido mal. Siempre estaba dispuesto a correr riesgos y esto es lo que lo unía a Bowie. Un artista tiene que ir siempre con lo que necesita expresar, con lo que siente sabiendo que puede que a veces no haya conexión con el público. Esto es lo que abanderaba Bowie: ‘siempre haces tu mejor trabajo cuando lo haces por ti y no por el cliente'», remata Duffy.
5. El fin de una década y de una simbiosis irrepetible
La entrada a los años 80 supone el fin de la colaboración entre Bowie y Duffy. Curiosamente, ambos sufren una crisis creativa de manera simultánea. Por una parte, la crisis destructiva de Duffy, quien ya había dejado la fotografía en el año 79. Por otra, la constructiva de Bowie, que evolucionó hacia personajes menos extremos, más «europeos», como denominaba Rafa Cervera.
En el caso de Duffy, el abandono del mundo de la fotografía fue provocado por el hartazgo hacia un mercado cada vez más voraz (el de los editoriales de moda, la publicidad y los celebrities). Y lo hizo a lo grande, como en una acción performática: lo quemó (casi) todo.
«Hay noches en las que me despierto pensando en las cosas que perdimos. Pero, afortunadamente, detuvieron a tiempo a mi padre… Cuando empezó a quemar el material, se generó un humo negro y denso y los vecinos llamaron a las autoridades; así sobrevivieron las transparencias de las sesiones con Bowie (bueno, salvo las de Scary Monsters (and Super Creeps) que, por suerte, fue una sesión que hicimos en mi estudio y conservaba yo los negativos). En todo caso, me siento afortunado por lo que sí sigo conservando», cuenta Duffy hijo.
En el caso de Bowie, rompió con la irreverencia de sus personajes más extremos y se adentró en una etapa completamente diferente. Siguió creando sin parar, década tras década, álbum tras álbum. Hasta esa misteriosa desaparición de la que tanto se hablaba y sobre la que tanto se elucubraba. Y, de repente, por su 69 cumpleaños el 8 de enero de 2016, reaparecía con el que sería su último disco, Blackstar. Dos días después, Bowie fallecía, dejándonos una estrella (y un agujero) negros como la humareda de Duffy, en la historia de la música.