La del Poblado de los Duendes es una de esas historias que te hacen recordar su gran potencial transformador. Hay que remontarse muy atrás en el tiempo para llegar al momento en el que en El Tiemblo, un pueblo de Ávila a poco más de 1h de Madrid, se empezaron a contar historias de duendes. Pequeñas criaturas que encontraron en El Castañar del municipio un lugar ideal para vivir en comunidad entre los arbustos, las piedras, las cuevas y las raíces de los castaños.
Jose Luján, vecino del pueblo, nació y creció con ellas y han llegado hasta nuestros días gracias a toda la gente que, como él, las sigue contando como se cuentan las historias en un campamento alrededor de una hoguera o en una sobremesa larga: «A veces lo confundían con el aullido de los lobos. También con el famoso cárabo de El Castañar o el cuco. Pero todos los tembleños sabían muy bien que eran los duendes de El Castañar«, relata al otro lado del teléfono.
En el caso de Luján hay algo más: es artesano autodidacta –»Quizá así es más difícil, pero por lo menos haces lo que te nace y no lo que te imponen, esté mejor o peor»– e, inspirándose en esas historias que ha escuchado desde pequeño, ha tallado a mano en su jardín el Poblado de los Duendes.
Un poblado siempre en construcción donde hay cabida para todxs
Luján lleva tres años dedicando parte de su tiempo a construir el Poblado de los Duendes: «Empecé a hacer casitas en un rincón de mi jardín entre un castaño, higueras, un ciruelo, laurel y una espesa hiedra que lo cubre casi todo. Primero tallando casitas y cuevas en un tronco y después entre las piedras naturales, esperando que llegaran los primeros duendes a vivir entre nosotros».
Al principio eran solo cuatro o cinco casas, pero con el tiempo al Poblado de los Duendes fueron llegando, además, nuevos vecinos y vecinas «de cualquier parte del mundo»: elfos, enanitos, hadas, animalitos del bosque… El crecimiento ha sido tal que el poblado ya está dividido en calles y barrios con nombre propio.
Y a estas alturas, el artesano tembleño tiene claro que es un proyecto sine die, en perpetua construcción: «Una vez que empiezas ya no tiene fin. Mientras que sigan viniendo duendes yo seguiré haciendo casitas para meterlos«.
Esta llegada de nuevos habitantes no hubiera sido posible sin la contribución de quienes más lo disfrutan –y a quienes está dedicado– este pequeño y mágico rincón: lxs niñxs. «Aunque yo he hecho alguno de barro, casi todos los habitantes del poblado los han traído ellos. Los dejan ahí, para que jueguen otros niños, y cuando vuelven buscan a ver dónde está aquello que dejaron».
Un cartel pintado sobre madera invita a ello: «Puedes acercarte al poblado pero con cuidado de no dañar nada. Y si tienes algún duende en casa y quieres traerle para que viva con otros duendes puedes hacerlo y le buscaremos casa en el poblado».
Para él lo más satisfactorio, lo que le empuja a seguir con esta obra sin deadlines, sin metas, es «que vengan los niños y jueguen ahí y se tiren horas. Sobre todo que luego no se quieren ir, al final hay que regañar con los padres o los abuelos», recuerda con simpatía, «y eso me da a entender que están a gusto jugando».
Las visitas al Poblado de los Duendes
Aunque está en el jardín de la casa de Luján, en la parte alta del pueblo (concretamente en la calle Velázquez), el Poblado de los Duendes se puede visitar perfectamente durante todo el día: «Mi jardín da a la calle, no hay vallas ni nada, o sea que está totalmente libre y todo el que pasa por allí puede jugar», explica Jose. Y se puede llegar en la línea 551 de autobuses interurbanos desde el centro de la capital.
En ocasiones, incluso, las visitas son también por la noche: «En verano a veces enciendo las lucecitas que pongo en las casas. Es muy bonito porque parece un pueblo en la montaña rodeado de bosques, aunque las doy poco porque cuesta», ríe.
Antes de colgar la llamada, Jose insiste en una idea –que es también un motor– con la que le gustaría terminar la conversación: «A veces la fantasía, la magia y la creatividad se juntan para hacer realidad los sueños de los niños pequeños y grandes. Eso no se debe perder nunca, tengas la edad que tengas. Sin esa magia… pues no somos nada«.