Reconocer a Joan Juncosa (@juncosa.art) entre la multitud no tendría por qué ser, a priori, una tarea sencilla: mochila a la espalda, teléfono en mano… Hasta aquí podría ser cualquiera, pero entonces resulta no serlo: le delata esa mirada de asombro que quienes son «de aquí» perdieron hace tiempo al mirar la plaza de Oriente. Y, sobre todo, le delatan las baldosas que lleva consigo.
Juncosa, nacido en Tarragona, es arquitecto de profesión y «chico de las baldosas» por vocación. Desde que tiene uso de razón se recuerda pintando: «Mi madre hizo Bellas Artes, así que en mi familia llevamos la pintura en la sangre». Pero hace tres años, cuando decidió mudarse a Barcelona, dejó de hacerlo.
En marzo de 2020 eso cambió: «Llegó el confinamiento, la pandemia, y así como todo el mundo se fue a buscar un libro o papel de váter yo fui a comprar pinceles, sin saber exactamente para qué«.
Los inicios: el ‘confinament’ y las buenas migas
Con todo el tiempo del mundo por delante, a Joan solo le faltaba encontrar algo en casa que le inspirase para pintar, y lo encontró en los suelos hidráulicos de su piso: «En mi caso todos los suelos eran blancos y negros o grises, pero yo quería darles color y, a la vez, cambiarlos de plano: del horizontal al vertical. Al colocarlo en una pared ya le das la categoría de obra de arte, estás diciendo que lo valoras tanto que no puedes pisarlo», explica. «De ahí nació la idea de reproducir el mosaico hidráulico tan característico del Modernismo».
Por cosas de la vida, los vecinos de abajo de Joan se marchaban y, como todo el edificio comparte el mismo tipo de suelo, decidió hacerles un regalo de despedida. «Después de habernos conocido durante el confinament y haber hecho buenas migas les regalé cuatro baldosas como símbolo del edificio y de Barcelona, para que les acompañase allá donde fueran. Y uno de ellos me dijo que la iba a colgar en la plaza de su pueblo«, recuerda.
Fue así cómo, en el grupo de WhatsApp del edificio, nació una especie de competición: «Empezaron a mandar fotos desde los lugares a los que se habían llevado las baldosas y surgió un pique entre ellos por ver quién sacaba la mejor. Llegaban desde Marsella, País Vasco… Me encantó y con todos esos ingredientes puse en marcha “Baldosas por el mundo”.
La regla: «Si ves una es tuya, pero no te olvides de compartir»
Lo primero era sacar las baldosas a la calle y ponerlas en sitios que a Joan le parecían interesantes; sitios de los que quisiera enseñar algún detalle. «A la hora de elegir, quien manda sobre todo es la luz, y luego por supuesto el lugar en sí: enseñar un lugar que me transmita algo».
Una vez hecho eso, entra en juego una parte fundamental: que la gente participe. «La cosa es que si tú vienes y la encuentras te la puedes llevar. A cambio, solo pido que me enseñes ese lugar especial al que ha viajado la baldosa. No hay una norma escrita: te la puedes llevar adonde te dé la gana, pero tienes que compartir una foto con el hashtag #baldosasporelmundo».
Hablamos de baldosas por su forma y diseño pero, en cuanto a soporte, se trata de pequeños lienzos. «Lo primero, soy un amante del Patrimonio, y nunca dañaría la ciudad. Al contrario: esto lo hago para embellecer ese lugar, para darle un nuevo punto de vista, un «algo» a favor, nunca en contra. Esto lo pones con un celito que queda enganchado y no estás dañando la superficie.»
Por otro lado, las hace mucho más transportables: «No son frágiles, no se rompen y son muy ligeras, por lo que quien se la lleve la puede carregar todo el día. Y el hecho de que sea un cuadro las convierte como en pequeñas obras de arte. La gente que las encuentra se lo toma como un tesoro, y cada vez desaparecen más rápido».
Un proyecto muy viajero de un momento en el que no se podía viajar
Desde que empezó el proyecto, Joan ha pintado más de 400 baldosas diferentes, de las cuales más de 100 han cruzado las fronteras, y ya están presentes en cuatro de los cinco continentes.
Preguntado por los sitios más «locos» donde han aparecido sus baldosas, piensa en Machu Picchu o San Francisco, aunque también han llegado a rincones como Hong Kong, Argentina o Estambul. «Esto también es muy divertido. A veces te mandan sitios que te obligan a ir al mapa y ver dónde están, qué hay cerca o incluso te redescubren ciudades que ya conocías», comenta.
¿Y en qué lugar al que todavía no han llegado te gustaría ver tus baldosas? «En muchos sitios, pero ver una en África me parecería brutal. Todas me hacen la misma ilusión porque detrás de cada una hay un esfuerzo, el corazón me hace como “muchas gracias”. Porque has creído en ello, nos lo has querido enseñar… y para esa persona es un sitio importante.»
Ahora #baldosasporlemundo le ha traído hasta Madrid, y es la primera vez que el proyecto, con estas características, sale de Barcelona. Durante sus días de estancia en la capital Juncosa se ha dedicado a «baldosear» -como él lo llama- por puntos emblemáticos de la ciudad como la plaza de Oriente, el Parque del Retiro, Gran Vía o las Torres Blancas de Sáenz de Oiza.
No descarta, en el futuro, visitar otras ciudades: «Yo creo que la cosa va a ir a más y veréis baldosas por otro sitios, escapadas… Y donde me llamen de galerías para exponer. Ahí donde me digan y quieran estaré».
Antes de despedirnos, le pregunto por lo más bonito que se lleva de esta experiencia: «La interacción con la gente, poder volver a pintar y creer en lo que hago. El proyecto me ha hecho evolucionar mucho como artista, pero la gente es la clave de todo. Yo hago el 50% de la obra de arte, pero el resto lo hace quien la encuentra».