¿Por qué llamar Torres Blancas a un edificio compuesto por una sola torre y que ni siquiera es blanca? Este podría ser un buen punto de partida para referirse al mejor ejemplo de arquitectura brutalista en Madrid. Torres Blancas –de 81 metros, con 50 años de vida, hecho de hormigón y sito en el barrio de Prosperidad– y sus formas cilíndricas siguen cautivando igual que desde el primero de sus días.
En respuesta a la pregunta planteada en la primera frase, el relato oficial dice que la fachada iba a ser revestida de polvo de mármol y finalmente no se hizo –como si unos padres siguieran llamando a su hijo por el primer nombre que pensaron en ponerle. Sobre la posible referencia a una segunda torre (o una tercera, quién sabe) que se destila del uso del plural hay dos teorías. Primero, que se debe a la cantidad de cilindros; segundo, que iban a ser dos torres y por cuestiones presupuestarias se quedó solo en una.
Este último motivo es el que causó que Saenz de Oiza, arquitecto de la criatura y ser del que se dice que tenía en la frente una marca causada por la incidencia constante de la luz del flexo en su cara, viviera en la propia torre. Huarte, el constructor, debió fracasar estrepitosamente en el apartado económico y terminó por decirle a Oiza que qué tal si se quedaba con uno de los dúplex que estaba construyendo. La respuesta de Oiza fue afirmativa y el arquitecto navarro murió ahí –acéptese la licencia literaria de la expresión– en lo que uno considera un acto de coherencia absoluta: dónde va a vivir mejor un arquitecto que en su propia casa.
La suya y, desde 1969 e igual que algún banco en un anuncio de los dosmil, cada día la de más gente. Como por ejemplo la de Camilo José Cela (otro tema de potencial estudio es por qué los escritores se sienten atraídos por las obras brutalistas: José Agustín Goytisolo vivió en Walden 7, la obra de Ricardo Bofill). Pero este es otro tema. Igual que lo es el hecho de que una de las mejores formas de indagar el interior de las viviendas es una rápida visita a Idealista. Sorprende, por cierto, la circularidad del interior de las viviendas. Las formas curvas que caracterizan las paredes. Destacó el arquitecto Pedro Torrijos a este medio que los muebles tuvieron que ser diseñados bajo demanda.
En cualquier caso, dos de las pretensiones de Oiza al construir Torres Blancas fue la de crear un edificio que creciera orgánicamente como un árbol y también la de romper con las convenciones de la arquitectura residencial de aquellos años (y uno se atreve a decir que de los siguientes). Y lo hizo con dos influencias siempre citadas por los entendidos en la materia: Le Corbusier (de él tomó entre otras cosas los jardines en altura) y Frank Lloyd Wright (de quien aprehende la cuestión organicista –retratar la parte como un todo– patente en su torre Price).
Hace poco decían en The Economist que la solución al problema de la vivienda en Madrid era construir edificios de más altura en el centro de Madrid –no nos engañamos: el consejo recuerda a cuando alguien te dice que no estés triste si es que lo estás. Y, bueno, bien podría decirse que con Torres Blancas, con más de medio siglo de antigüedad, Oiza se anticipó en la solución del problema y lo hizo creando un edificio que parece que sigue creciendo –es gracioso incluso que no hay consenso alrededor de su altura: tan pronto dicen que mide 71 metros como dicen que su altura real es de 81– y que emboba al pasar por delante de él.