Las relaciones de amistad entre humanos y animales siempre las ha reflejado mejor la ficción: Marco y Amedio; casi cualquier película de Píxar; la princesa Mononoke y otros tantos ejemplos. Pero como hemos aprendido este año: no hay mejor ficción que la realidad, lo supimos (relativo a este tema) por la historia de Hachiko y ahora por la relación entre un cisne y un jardinero.
Fue el año pasado cuando la historia se viralizó. Cala Herranz, la esposa de Raúl (jardinero en el Monasterio del Escorial) fotografió a su marido en pose cariñosa con un cisne. Las fotos, como dice el cliché, dieron la vuelta al mundo.
La relación empezaba en el contexto de los cuidados: Raúl alimentaba al cisne cuando era un polluelo (dos apuntes: el cisne no tiene nombre y según dijo Raúl en un reportaje con Telemadrid “al ser joven, todavía no tiene el carácter que suelen tener los cisnes”). El cisne, quizás en señal de agradecimiento, abrazaba a Raúl con su cuello y también respondía a sus silbidos.
Cuando todos los medios se hicieron eco de esta historia, insistieron en un detalle: el cisne (macho) vivía solo en el estanque y dentro de poco le acompañaría una hembra. La relación no cuajó y tuvieron que ser separados. Ha pasado un año y recientemente el cisne ha abandonado el estanque. Y la historia, retomando lo del primer párrafo, encuentra ecos en la ficción más lacrimógena y es incluso difícil no acordarse de la frase del padre de Jack Sephard en el último capítulo de Lost: “not to leave, to move on”.
Fotos: Clara Herranz