
Montero Glez ha escrito un libro –La imagen Secreta (Pepitas Editorial, 2019)– que me recuerda a un chiste de El Chiquito de la Calzada. El chiste es el siguiente: un hombre va por la calle, se encuentra un botón y dice: “qué abrigo más bonito me voy a hacer con este botón”. Bueno, el botón de Montero Glez es una entrevista a Alberto García Alix que el mismo Montero Glez le hizo al fotógrafo en 2012 y que publicó GQ. Todo elogio que he pensado sobre la entrevista es cliché puro (se debería estudiar en las clases de periodismo, es una joya, todo el mundo debería leerla, etc.), así que mejor que sean ustedes quienes la lean y la juzguen.
La entrevista sirve de aldabón o de bisagra para superar un umbral y entrar en los años de la Movida Madrileña tardía. Montero Glez se sirve de la entrevista a García Alix para presentar un Madrid que ya no existe y que evidentemente no volverá (“A las personas que crecimos en un Madrid antiguo, nuestra memoria nos lleva a andar a gatas por calles donde todavía existen las vaquerías empotradas en los edificios. Es el Madrid de los corrales, el Madrid de los traperos y del afilador, el Madrid de los serenos a los que se llamaban dando palmas”). Y también para presentar a la élite cultural de un movimiento marginal: marginal por crearse en los márgenes, marginal por no tener reconocimiento instantáneo. Una élite marginal multidisciplinar que está integrada por Iván Zulueta, por Camarón, por Ceesepe, por el propio García Alix o por el mismo Montero Glez. Una élite cultural que “es la música que un buen día, o una buena tarde, recogió en El Rastro de Madrid donde empezó todo a finales de los setenta del pasado siglo”.
Esta élite cultural (concepto, el de élite, que no me parece especialmente adecuado y que evidentemente no refiere a la posición socioeconómica de los integrantes) tiene morfología de generación. O de Generación. Generación es un término, por lo general, bastante depauperado: basta un mero factor contextual para aglutinar a una jurria de autores bajo el concepto generacional. Generación, si tenemos a bien entenderlo como los Beats, referiría a una unión no solo temporal, sino también afectiva e incluso colaborativa. Cosa que aquí sí que existe o existió; cosa de la que Montero Glez da buena cuenta.
Prueba de ello también sería la admiración que el autor profesa a algunos de sus coetáneos. Es gracioso, incluso, (y perdónenme el off-topic) que sea Pepitas Editorial quien publique este libro. Montero Glez incide en varias ocasiones en el valor superior y ocasional de otras artes como la fotografía (“podemos escribir un pie de foto, pero nunca se podrá captar un instante preciso por medio de la escritura. La fotografía permite eso y más”) o la pintura (“No existe la escritura que pueda captar la riqueza y la miseria de un acontecimiento extremo como tampoco existe un solo escritor que lo persiga sin cesar”). Digo lo de la gracia como podría haber dicho la honestidad o la humildad: Pepitas Editorial se define a sí misma como “una editorial con menos proyección que un Cinexin”. Bueno, a Pepitas hay que agradecerle (mucho y muy fuerte, además) la publicación de Conjunto Vacío de Verónica Gerber Bicecci y Los Últimos: Voces de la Laponia española de Paco Cerdá.
Dicho esto: el valor del libro (parte del valor del libro) reside en el interés de algunas de las anécdotas que cuenta el autor. Como cuando da a entender que Prince se picó con los Ketama en un concierto en el que éstos hicieron de teloneros del artista glam en el Vicente Calderón. O la anécdota del tatuaje de Camarón y cómo García Alix le convenció para fotografiárselo. O cómo Leonardo da Vinci no llegó a ver una moneda por pintar la Gioconda. O de cuando se decía que Gento «ganaba copas de día y se las bebía de noche». O porqué a los madrileños nos llaman gatos. O porqué (al margen del valor anecdótico o no) Madrid era una ciudad más divertida y salvaje en los 80′.