
El Prado es un testimonio de la riqueza cultural que alberga Madrid. Da igual las veces que hayamos visto Las Meninas o El jardín de las delicias, merece la pena volver y dejarse sorprender por sus miles de tesoros. Sin embargo, el tamaño del edificio obliga, en muchas ocasiones, a ir directos a lo importante. Ver toda la colección es prácticamente imposible, al menos en un día. Por eso, tener a mano una guía de las obras imprescindibles es una norma no escrita antes de entrar al museo.
David vencedor de Goliat, de Caravaggio
Esta obra de Michelangelo Merisi (alias «il Caravaggio»), restaurada en el año 2023, muestra el desenlace de un famoso episodio bíblico: la batalla entre filisteos e israelitas narrada en el Antiguo Testamento (Samuel, capítulo 17), que finaliza con la muerte del gigante Goliat a manos de David.
El juego de luces y sombras, la expresión de Goliat y la sencilla indumentaria de David indican que el cuadro es de un marcado estilo barroco. Destaca por su tenebrosidad y dramatismo, cualidades muy recurrentes en el magnífico legado artístico de Caravaggio.
📍Ubicación: Planta 1, Sala 7A
El jardín de las delicias, de El Bosco
El jardín de las delicias subraya lo efímeros que son los placeres pecaminosos y las fatales consecuencias que tiene caer en ellos. El tríptico pone en imágenes muchas ideas de la moralidad cristiana a través de personajes y espacios. Cada elemento está pintado con gran minuciosidad, desde las criaturas mitológicas hasta los paisajes imposibles que componen la obra.
Los tres escenarios del tríptico tienen un significativo punto en común: el pecado. La tabla izquierda nos presenta a Eva, que asume la culpa principal de la expulsión del Paraíso, y a la serpiente, que aparece escondida en el cuadro. La tabla del medio retrata los pecados capitales en un mundo idílico solo en apariencia, y la derecha, en tonalidades más oscuras, aparece una representación del infierno en la que los pecados terrenales (especialmente la lujuria) son castigados.
Este es uno de los cuadros más importantes de la colección por su complejidad simbólica y, sobre todo, por mostrar el imaginario fantástico del autor, que ha inspirado a numerosos artistas.
📍Ubicación: Planta 0, Sala 56A
Las tres Gracias
Estas tres diosas son Belleza, Júbilo y Abundancia. Rubens pintó este cuadro para sí mismo alrededor de 1635, y quedó en su propia colección hasta su muerte. Los rostros de las jóvenes se inspiran en sus retratos de Helena Fourment, con la que llevaba casado unos cinco años cuando terminó la obra.
📍Ubicación: Planta 1, Sala 29
La Anunciación, de Fra Angelico
No hay palabras para describir el colorido de este cuadro (especialmente de los azules) que igualen la experiencia de verlos en vivo y en directo, y más después de la restauración que Almudena Sánchez realizó en 2019 –podéis ver el antes y el después en esta imagen interactiva–. Considerada una de las primeras obras maestras de Fra Giovanni de Fiesole –nombre con el que se conoció a Fra Angelico hasta su muerte–, fue pintada entre 1425 y 1426 para el convento de Santo Domingo en Fiésole.
En ella, Angelico representó tanto la expulsión de Adán y Eva del Paraíso como la propia escena de la Anunciación con un nivel de detalle (en la vegetación y en los objetos) y un uso de la arquitectura que demuestran que seguía de cerca las transformaciones pictóricas de su época. Es uno de esos cuadros en los que merece la pena pararse y tomarse un tiempo para observar y apreciar todos los detalles.
📍Ubicación: Planta 0, Sala 056B
La ermita de San Isidro el día de la fiesta, de Goya
Solo en el Museo del Prado se conservan más de la mitad de las obras del pintor aragonés: una vasta colección que asciende a 1.207 obras entre pinturas, dibujos y estampas entre las que se encuentran, por supuesto, algunas de las más conocidas del artista. Sin embargo, más allá de esos títulos, las escenas que le dedicó a Madrid, como la que nos ocupa, merecen también protagonismo.
El boceto retrata la celebración del día de San Isidro a los pies de la ermita, donde los madrileños y madrileñas se congregaban para beber el agua de la fuente milagrosa. En la escena, majos y majas con sus trajes típicos, largas colas y esa clara luz de mayo tan característica nos sirven para comprobar que, por mucho que haya pasado el tiempo, algunas cosas no han cambiado tanto.
📍Ubicación: Planta 2, Sala 094
Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, de Clara Peeters
Una de las pocas mujeres artistas cuya obra se expone en El Prado es Clara Peeters, de quien no se tiene información más allá de la que se puede deducir del estudio de sus cuadros: su ficha de autora en el museo se escribe entre fragmentos bioográficos sueltos e interrogantes, aunque sí se sabe con certeza que su primer cuadro data de 1607.
Casi todas sus obras, como esta del año 1611, son bodegones –en parte porque es lo que el limitado acceso a la cultura permitía a las mujeres en la época–. A medio camino entre el bodegón y la ilustración científica, en el cuadro se puede observar una clara preocupación por representar los objetos siendo lo más fiel posible a la realidad.
Y, para el ojo atento, no pasarán desapercibidos los autorretratos que plasmó en la copa dorada y la jarra de peltre en forma de reflejos –podéis verlo con más detalle ampliando el cuadro aquí o, mejor, viéndolo in situ–.
📍Ubicación: Planta 2, Sala 082
El triunfo de la muerte de Bruegel el Viejo
Da igual el estamento social, la edad, la belleza, lo que estuvieras haciendo o tus creencias, la muerte es igual para todos. Esta ciudad yerma, devastada, es una temática habitual del medievo y además, la composición de este cuadro de Bruegel el Viejo parece estar influenciada por un referente del arte del momento, especialmente en Países Bajos: El Bosco. Este memento mori lo tenía la reina Isabel de Farnesio en el Palacio de La Granja y ahora es una de las obras clave del Museo del Prado.
📍Ubicación: planta 0, sala 55A
El caballero de la mano en el pecho, El Greco
Los retratos de los grandes maestros, como este del Greco, cautivan y captan las miradas sin que haga falta entender mucho. Se suma más al atractivo cuando ni siquiera se sabe muy bien quién es el retratado, como es el caso de El caballero de la mano en el pecho. El jubón de seda negra y la estrecha gorguera le sitúan en la España de finales de los setenta del siglo XVI. La posición de la mano y la medalla medio escondida son giros poco frecuentes y que dejan entrever el potencial que tenía el pintor, ya que esta es una obra temprana.
Se ha especulado mucho con la identidad del retratado, llegando incluso a sugerir que era Miguel de Cervantes, pero el Prado apuesta por el tercer marqués de Montemayor, Juan de Silva y de Ribera, contemporáneo del Greco que fue nombrado por Felipe II alcaide o jefe militar del Alcázar de Toledo y notario mayor del reino.
📍Ubicación: planta 1, sala 9B
El 3 de mayo en Madrid o los Fusilamientos de Goya
No puedes irte del Museo del Prado sin contemplar otra de las grandes obras de Goya, que además de ser historia de España, son parte de la identidad madrileña.
Tras la guerra de la Independencia, Fernando VII regresó a España en 1814, coincidiendo con la conmemoración del 2 de mayo de 1808. En este contexto, la Regencia encargó a Goya dos cuadros emblemáticos: La lucha con los mamelucos y Los fusilamientos del 3 de mayo. Estas obras reflejan el ataque del pueblo madrileño contra las tropas de Murat y las represalias francesas posteriores.
Aunque se pensó que fueron creadas para exhibición pública, documentos indican que se destinaron al Palacio Real tras ser financiadas por Fernando VII. Goya plasmó el dramatismo de los hechos, destacando escenarios como la Puerta de la Vega y figuras cargadas de emociones. La restauración de 2008 recuperó su brillantez original, reafirmando su impacto visual y técnico.
📍Ubicación: planta 0, sala 64
La canal de Mancorbo en los Picos de Europa de Carlos de Haes
Fuera de la lista de grandes obras del Museo del Prado hay hueco para la pura belleza y el simple disfrute con obras como las de Carlos de Haes.
Esta panorámica de los Picos de Europa es su cuadro más relevante en España dentro de la temática en el siglo XIX. La obra de este belga, malagueño de adopción, es muy prolífica y se puede descubrir gran parte de la naturaleza de la península a través de sus cuadros.
La temática, sin embargo, es poco común en la tradición pictórica española, así que llegar hasta este claroscuro montañoso es un descanso entre tanto retrato monárquico y eclesiástico que predominan en las paredes del museo.
📍Ubicación: planta 0, sala 63A
Saturno, Francisco de Goya y Lucientes
Saturno es, seguramente, una de las obras más macabras de Francisco de Goya y Lucientes. Forma parte de la serie de Pinturas Negras y retrata el tema mitológico de Saturno, el dios romano del tiempo. Este, guiado por una premonición del oráculo (que advirtió que sería derrocado por uno de sus hijos) devoraba a estos según nacían. Así fue hasta el nacimiento de Zeus, quien acabó matando a su padre y haciendo que este vomitase a sus hermanos.
En la pintura de Goya, el artista retrata el momento del desgarro de una de sus víctimas. Sin duda, la visión de Goya es más sanguinaria y truculenta que otras versiones del mito (como puede ser la de Rubens, que encontrarás en la sala 016B), guiado por la oscuridad, la crueldad y la crudeza de sus Pinturas Negras. Del estilo destaca la faceta expresionista de la pintura, que podemos ver claramente en el rostro de Saturno, con pinceladas fuertes, trazos vastos y un fondo oscuro, casi abismal. Este expresionismo, en el que el cuerpo aparece ligeramente deformado convirtiendo al dios en un híbrido entre bestia y apariencia humana, sería inspiración de pintores contemporáneos.
Como curiosidad, y al igual que otras Pinturas Negras, Saturno se encontraba en una de las paredes de la Quinta del Sordo (según fotografías del francés Jean Laurent, esta obra ocupaba el lado izquierdo de la ventana en el piso bajo del edificio).
📍Ubicación: Sala 067
Las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, Alonso Sánchez Coello
Aquí están: son las hijas de Felipe II e Isabel de Valois. Este retrato fue pintado en torno al año 1575 por Alonso Sánchez Coello, uno de los pintores de la corte (que las pintaría varias veces y desde muy niñas). Esta pintura es un ejemplo del retrato cortesano más clásico y normativo, es decir, un estilo sobrio que no solo diese cuenta de los rasgos característicos de la persona retratada, sino también de su entorno y la sociedad de la época (casi como si fuese una pintura documental con pistas de la idiosincrasia regia del momento).
Al fondo, una mesa (cubierta por un tapete verde). Al frente, las dos figuras en el mismo plano, con riquísimas vestimentas y joyas en el cuello y el cabello. Hay algo que genera inquietud en este retrato: son dos niñas en cuyos rostros parece no haber expresión. La seriedad o, más bien, inexpresividad, junto a los colores fríos y esa piel cetrina, hacen del cuadro de Sánchez Coello toda una declaración de intenciones: distanciamiento, severidad, es lo que la monarquía quería transmitir con este retrato.
¿Cuál diríais que es la hermana pequeña? Lo podemos deducir por la mirada: la mayor, rompe el pacto con la cuarta pared, mirando directamente al pintor; la pequeña, mira al infinito, trata de alcanzar la corona de flores ofrecida por su hermana. Una curiosidad: este es el cuadro que inspiró el nombre del podcast sobre dramas barrocos y cotilleos históricos, Las hijas de Felipe.
📍Ubicación: Sala 055
Isabel de Valois sosteniendo un retrato de Felipe II, Sofonisba Anguissola
Siguiendo con la familia de Felipe II y sin necesidad de cambiar de sala, nos encontramos con un un cuadro dentro de un cuadro. Este retrato de Sofonisba Anguissola de la tercera esposa del monarca, es un despliegue de detalles y talento.
Destaca por el cuidado en los ropajes y la riqueza que consigue transmitir Anguissola en cada trazo: una saya negra, cubierta de rubíes, diamantes, con manguillas en plata y oro, aplicaciones de terciopelo, las joyas trenzadas en el cabello… En su mano derecha, Isabel de Valois sostiene algo parecido a un guardapelo con un retrato de su marido. Tal es el detalle de esta miniatura, que se puede ver el toisón al cuello que viste Felipe II.
De hecho, estos retratos en miniatura del monarca fueron encargados por Isabel de Valois a Sánchez Coello. Curiosamente, el cuadro se atribuyó a él en un inicio, pero un estudio de radiografías y la aparición en blanco de plomo, indican que es obra de Anguissola, quien ya había retratado a la reina previamente.
📍Ubicación: Sala 055
Este artículo ha sido escrito a cuatro manos por Isabel Nieto, Helena Menéndez, María F. Carballo y Elena Francés.