
Este artículo ha sido escrito por Leah Pattem, periodista, fotógrafa y defensora de los bares de toda la vida. Lleva varios años viviendo en Madrid y combatiendo la gentrificación desde su trinchera particular: Madrid No Frills.
Imagina por un momento que Madrid fuera una jungla: nuestros altos edificios de ladrillo rojo serían los árboles y sus icónicos toldos verdes serían sus hojas. La M-30 sería el río –caudaloso y profundo– que fluye entre los árboles mientras sus hojas se extienden hacia el sol. Y eso es algo que bien saben los Amigos del Toldo Verde, un grupo de Facebook que nació «con el objetivo de dotar al toldo verde de la atención que merece, posicionándolo como símbolo de significación identitaria y, por ende, patrimonial».
Esta jungla urbana en la periferia de Madrid no es, de hecho, producto de nuestra imaginación; sino que es real, ya que con esta idea en mente es como se concibió el crecimiento de la ciudad. Hablamos de la década de 1960: del mayor boom migratorio de la historia de España.
Cada año, durante dos décadas, se construyeron casi medio millón de viviendas para acoger a quienes se mudaron del campo a la ciudad. El ejemplo más claro de esta arquitectura del fenómeno migratorio de los sesenta se encuentra en el Barrio de la Concepción: frente a la M-30.
Es ahí precisamente donde está el complejo de viviendas más poblado de España: la Colmena Humana. Una urbanización de diez manzanas que recuerda a una colmena si se ve desde arriba. Aquí viven alrededor de 20.000 personas repartidas en 8.000 hogares. Y hay casi tantos hogares como toldos verdes, que sirven para interceptar la luz del sol igual que lo hacen las hojas en una jungla.
Pero, ¿quién decidió que los toldos fueran del color verde de las hojas? Los residentes, por supuesto. La gente que vino del campo a la ciudad. Quizás el color les recordaba a los paisajes naturales que cambiaron por las luces brillantes de Madrid. O tal vez se debe a que al madrileño medio le gusta mucho el color verde.
Se dice que el verde simboliza la salud, la riqueza y los nuevos comienzos. Es, en mi opinión, el color perfecto para representar a los millones de inmigrantes españoles que comenzaron a llegar a la capital hace medio siglo. El color del toldo, esa bandera que ondea con optimismo en casi todos los balcones de Madrid.