Es justo reconocer que los confinamientos y el riesgo de contagio derivado de la socialización han tenido un efecto positivo en la restauración a domicilio. Aquello de reinventarse o morir se ha repetido hasta la saciedad, pero es que tiene todo el sentido del mundo. Ahora hasta el más lego sabe que el delivery está mucho más allá de la pizza, del sushi y de la hamburguesa; que la (alta) cocina puede llegar a tu casa a un precio competitivo y en un estado impecable.
Es importante este ultimo matiz, el del estado, y es que desde Antoñita la fantástica, restaurante sito en el Mercado Barceló y con nombre de extra de la Veneno, son conscientes de ello. ¿Cómo? Trayéndote un producto que eres tú mismo el que termina de rematarlo (añadiendo un topping o hierbas frescas o dándole un golpe de calor en el microondas).
Desde Antoñita la fantástica se definen como “más madrileños que los callos y más castizos que el cocido”. Y este respeto por la tradición y veneración por el atrevimiento que lleva a cabo Fernando Muyo, cocinero, se ve en los brioches que, de parecerse a un plato popular, habría que compararlo con unos perritos calientes. Pero de mayor complejidad en la elaboración y de superior investigación en la elaboración. Es el caso del brioche de oreja en salsa con mayonesa de chipotle y huevo de codorniz.
Sin embargo, la joya de la corona, el plato fuerte, el broche de oro o su obra cumbre son los gnocchi salteados con mantequilla y glaseados con fondo de pato, confit desmigado y la piel del propio pato crujiente. Este plato se centra en dos ingredientes infravalorados: el pato y los gnocchi y los lleva al siguiente nivel.
Los postres, como cierre de la comida y del artículo, también merecen una mención a parte: cada decisión, cada matiz (como en cualquier otro plato de Antoñita la fantástica) está justificada. El brownie lleva m de cacahuete y galleta Oreo y eso lo convierte ipso facto en un postre escandaloso. Lo mismo pasa con la tarta de queso: la calabaza le da un toque que, unido a su esponjosidad y a la textura musística (de mousse, no de museo), la convierte en un postre digno de ser considerado una de las mejores tartas de queso que hemos probado.