Con 20 plantas y 72 metros de altura, la nueva torre se levanta como la joya de la corona de una zona de edificios de un máximo de cinco alturas.
Si uno lo piensa, Legazpi sería uno de los últimos sitios de Madrid donde montaría mi rascacielos, mi Trump Tower. Pero la renovación de la rivera del Manzanares ha convertido a esta zona en una de las más movidas de la ciudad. O dicho de otra forma: la gentrificación abraza los lindes de la M-30.
En el verano del 2015 la promotora Neinor Homes, propiedad del fondo de inversión estadounidense Lone Star, compraba tres solares en el número 33 de la calle Maestro Arbós. El complejo estará constituido en realidad por dos edificios. La protagonista será una torre de 20 plantas y 72 metros de altura a la que acompañará otro bloque de tres niveles y 12 metros de altura.
Lo que en pleno centro de Madrid apenas competiría con sus vecinos, en Legazpi se levanta como un gigante frente a los edificios circundantes, de cuatro o cinco alturas, o áreas como el Mercado de Frutas y Verduras o el centro cultural de Matadero, solares amplios y de construcciones horizontales.
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Diseñado por el arquitecto Julio Touza, la construcción del edificio fue aprobada al final del mandato de Ana Botella y se extenderá asta final de este 2019 aunque su estructura principal ya puede verse en pie.
Las 51 viviendas que albergará la futura torre Riverside Homes ya están vendidas, todas ellas por un precio mínimo de 370.000 euros. Los responsables afirman que se vendieron en poco tiempo y que tan solo queda por salir a la venta uno de los áticos de lujo de su última planta.
El nuevo rascacielos ha despertado algunas quejas. Mientras algunas asociaciones de comerciantes ven en la nueva construcción una posible mejora en el valor comercial de la zona, hay quienes lamentan que la perspectiva de la zona vaya a cambiar radicalmente, con sombras enormes que se proyectan sobre otros edificios. Vicente Pérez Quintana, responsable de Urbanismo y Vivienda de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid (FRAVM), por ejemplo, explicaba al diario El País que «estas cosas no se deberían permitir. La torre proyecta sombras en los edificios de al lado, rompe la tranquilidad del río, introduce una ruptura en el paisaje y la armonía de la zona. No me parece una buena idea construirla aquí”.