Hay palabras, expresiones, frases que se instalan en el imaginario colectivo y se reproducen de continuo sin la más mínima curiosidad histórica, léxica o etimológica. Los ejemplos se cuentan por cientos y a uno le gustan mucho este tipo de curiosidades: por ejemplo, al tomate se le llama pomodoro en Italia porque cuando llegó de América era amarillo y parecía una manzana dorada. Es solo un caso, este artículo alcanzaría cotas de tesis doctoral si profundizase en más cuestiones de este tipo. Vamos a quedarnos solo con pomodoro y vamos a hablar de los colchoneros.
Pongamos por caso que corrían los años –porque los años siempre corren– posteriores a la Guerra Civil. Fútbol, opio del pueblo, planos en blanco y negro, jugadores leñeros, campos con más tierra que césped, ausencia de pausas para hidratarse, el VAR es una quimera o su igual fonético está fuera del estadio.
El Atlético de Madrid viste de rojiblanco y así ha sido desde 1911. ¿Y qué tienen que ver estos dos colores con los colchones? La respuesta –lo sabrán la gran mayoría de los aficionados, los más viejos del lugar y más de un futbolero– es sencillísima: en el primer tercio del siglo XX, los colchones eran cubiertos por una tela de franjas rojas y blancas. Premio: el parecido estético entre el cubrecolchones y la camiseta del Atleti era evidente y una cosa absorbió a la otra.