Si hay algo que hemos aprendido a lo largo de la vida, es que en la pareja y en la mesa, los detalles cuentan. Por esa razón, cuando pusimos un pie en el restaurante de Malasaña, Bar Pajarita (Apodaca, 20), nos dimos cuenta de qué no solo íbamos a comer, sino a vivir una buena experiencia.
Si vais varias personas os recomendamos que pidáis las quekas: quesadillas de champiñón con pesto de pipas y flor de calabaza. Tienen el tamaño perfecto y además el toque de cilantro les daban un sabor buenísimo.
Nos contaron que el plato estrella de la carta eran los huevos divorciados y con ese nombre, no lo dudamos. La presentación era muy curiosa porque por se servían separadas la yema y la clara, esta última cocinada como un bizcocho (con un toque de trufa) muy esponjoso. Este matrimonio en crisis iba acompañado de sus hijos, el arroz salvaje y la galleta de tomate y habas. Según nos contó el camarero, nuestra misión era volver a prender la llama del amor y fundir a la pareja en un solo ser. En nuestra vida habíamos disfrutado tanto haciendo de celestinos.
La comida y el juego se daban la mano en Uno, dos, tres, Malasaña, un plato que debe su nombre al proceso de coger una patata ultracrujiente, romper un huevo y embadurnarla de crumble madrileño, también llamado paraíso “torreznal” con quicos. Quizá fuera el plato más sencillo de la carta y sin embargo, podríamos haber seguido contando hasta cien.
El baozi de cactus fue presentado como un sincero homenaje a las Tortugas Ninja. Intuimos que era mentira, pero preferimos pensar que el chef se había inspirado en Donatello y Compañía. Tendríamos que habernos sentido culpable por haber cometido un tortucidio. Sin embargo, nos encantó ese sabor indescriptible. También probamos el baozi de cebón, que llevaba alioli de chiles secos y estaba bastante bueno.
Las costillas Marc Gasol (llamadas así por su salsa de Memphis) nos hicieron recordar nuestros antepasados, concretamente al Hombre de cro-magnon. Es imposible no probar estas costillas sin que tu cuerpo se apodere del ser del Paleolítico que llevas dentro. Por cierto, nos declaramos fans de la comida servida en azulejos. ¡Muy original!
Toda la carta estaba impregnada de aroma mexicano y en nuestro último plato este sabor se fundía con el dulce francés por excelencia: los macarons. El contraste del mole y el de la cochinita pibil con el sabor dulce de los macarons fue una pasada, pero hay muchas probabilidades de que si no eres muy partidario de los sabores fuertes, esta no sea tu mejor elección.
Nuestro estómago estaba llegando a su límite, pero ¿quién tiene la osadía de decir NO al postre? Gracias a esa decisión conocimos al Papa más bueno y sabroso de la historia. El Papa Francisco I es una receta vaticana de mousse de chocolate negro con bizcocho de cacao y avellana, que encandilará a todos aquellos amantes del chocolate puro.
El otro postre estrella de la casa era el cotton cake, una tarta de queso ligero con mousse de aguacate. Agradecimos la “ligereza” de esta tarta, ya que es verdad que es una textura muy alejada de la pesadez de otros postres.
El precio medio de Bar Pajarita rondaba los 20-25€ por persona y hay un menú de mediodía de lunes a viernes por 10,95€ que es muy recomendable para aquellos que van a probar sin intención de salir rodando.
No nos gusta el momento profesor que evalúa a su alumno en una nota, pero si tuviéramos que calificar Bar Pajarita de alguna forma esta tendría un merecido sobresaliente. Al igual que Arnold Schwarzenegger en Terminator, también digo sin duda “Volveré”.