Brueghel. Maravillas del arte flamenco podrá verse hasta abril de 2020.
Ahora que el invierno ha decidido mostrar sus primeros dientes, los planes dejan de hacerse de puertas para afuera para incorporar nuevas alternativas a nuestra agenda cultural. Y por mucho que algunos se empeñen en fomentar ir de museos, no siempre es una opción popular. El caso es que el Palacio de la Gaviria acoge una increíble muestra para cogerle el gusto al arte pictórico.
Los Brueghel, como los Corleone, los Bach o los Romanov son familias en las que cuesta distinguir a sus componentes, pues lo que queda es un legado inminente, permanente más allá de la genealogía. Pieter Brueguel el Viejo, Pieter Brueghel el Joven, Jan Brueghel el Viejo, Jan Brueghel el Joven, Jan Peter Brueghel, Abraham Brueghel, Ambrosius Brueghel… parece una broma de mal gusto y un auténtico reto si tenemos que distinguir quién pintó qué en esta exposición.
Sin embargo, la colección que presenta el Palacio de la Gaviria no persigue la distinción del artista sino el sello Brueghel como fenómeno pictórico. Cómo una familia del siglo XVI consiguió convertirse en una marca, en todo un fenómeno artístico cuando todavía no existían Andy Warhol o Lady Gaga.
Ir de museos sin bostezar es posible
Hay mucho que agradecer a la democratización del arte. Visitar una pinacoteca en nuestros días implica, por una parte, enfrentarse a colas infinitas y turistas agolpados frente a las master pieces; por otra, reconocer la propia ignorancia y quizá lanzar algún que otro bostezo entre galería y galería.
Por ello, empresas privadas como Arthemisa acercan el arte al público general de una forma atractiva, sencilla y específica. A todas luces, el espectador preferirá consumir el arte de un modo más inmediato en lugar de recorrer durante horas museos interminables.
En esta ocasión, la pintura flamenca de los Brueghel se hace más que digerible, teniendo en cuenta además el espacio privilegiado en que se enmarca, reclamo de visita en sí mismo.
De paseo con los Brueghel
La muestra distingue su recorrido por temáticas, comunes todas ellas a las distintas generaciones y componentes de la familia.
Asimismo, el itinerario se centra en los contenidos que configuraron el imaginario de los Brueghel. En primer lugar, unas pinceladas de lo que sería la formación de Pieter Brueghel el Viejo en el taller de Pieter Cocke van Aelst, necesario para comprender tanto la influencia que ejerció su maestro o genios como El Bosco.
Maestros del paisaje y el detalle
Las siguientes salas transitan el paisaje como género en que fueron pioneros. En un momento en que el hombre se convirtió en el centro de todo, los Brueghel van más allá y empiezan a retratar con soberano realismo el mundo que les rodea, la vida real. Así, se agolpan en los cuadros flores, pájaros, perros, pavos reales, bosques, pueblos e inviernos.
A continuación, y siguiendo la estela de pintar la realidad y de trabajar el detalle con maestría, se da paso a las pinturas de soldados, campesinos, cazadores, pero todo ello envuelto en el marco del paisaje, de las sensaciones, con un halo invernal. Otras obras retratarán a mercaderes y viajeros, síntoma también de esas nuevas clases sociales en auge y del despunte económico, que permitía desplazarse, buscarse la vida, aspirar al éxito.
La más espectacular de las salas
La temática que ocupa la impresionante sala central del Palacio de la Gaviria es la alegoría, grandes metáforas sobre el mundo que, impregnadas de vegetación, detalle, símbolos del concepto casi místico que tenían de la naturaleza. De nuevo los elementos se superponen: figuras humanas personificadas, animales, escenas acuáticas.
El recorrido se cierra con una selección de bodegones y cuadros centrados en las clases más humildes. Por una parte, las flores se presentan todas ellas con una fuerza visual que recuerda al memento mori, la futilidad y el carácter efímero de la vida que, como las flores, se marchita poco a poco.
Por otra, la última sala exhibe las costumbres populares, tratadas prácticamente de forma caricaturesca. Los Brueghel reflejan aquí las pasiones más humildes pero sin condenar a los personajes, a los narradores de estas historias.
La exposición da perfecta cuenta de esta síntesis entre naturaleza, hombre y realidad. Los Brueghel rompieron con la excesiva exaltación de los atributos humanos de las nuevas tendencias y con la mística predominante del medioevo. Quizá ahí resida su éxito.
No hay un solo Brueghel, un solo genio. Todos ellos aunaron en su taller una rúbrica extraordinaria y comprometida con su pintura.