Buena prensa en el barrio; un 4,8 en Google; comentarios elogiosos en redes y reseñas positivas en medios de comunicación. Cualquier referencia, además, llegada a través del boca-oreja deja a las luces una cuestión: Casa 28 Comes (carnicería y barra de degustación) es uno de esos pocos lugares que pueden ser definidos como especiales. Se podría decir, entonces, que su aterrizaje en Malasaña fue el esperado o el soñado o el deseado.
Lo fue así hasta que las circunstancias extraordinarias provocaron un imprevisto giro de guion. Casa 28 Comes, igual que los otros 277 mil establecimientos gastronómicos que hay repartidos por España, tuvo que cerrar sus puertas. Sin embargo, Casa 28 Comes, a diferencia de esos casi 300 mil negocios, viró hacia una realidad solidaria. Su condición de carnicería le permitía seguir abierto. Y si bien es cierto que cerró el jueves, el viernes y el sábado (hablamos de la semana del 9 al 15); el domingo, Adrián Rojas, uno de los cocineros, puso un cartel en la puerta invitando a la gente a llevarse productos del local. Al día siguiente, otro cartel anunciaba que había alubias gratis. Las alubias se acabaron enseguida pero el cartel (el concepto de cartel, el menú va variando) siguió en la fachada del lugar.
“Voy a intentar usar palabras muy exactas para que no parezca que quiero sacar pecho por lo que estoy haciendo”, dice Adrián Rojas al poco tiempo de coger el teléfono. “En realidad es muy triste lo que estoy haciendo. No es nada bonito.”
Las redes sociales
Adrián Rojas no confía en las redes sociales como altavoz de lo que hace, pero sí cree firmemente en las posibilidades del cartel que pone en la puerta. “El cartelito de fuera les llega a todos. Pasa una vecina, lo lee, se lo cuenta a una señora que vive sola, se lo cuenta a un señor.” Y añade: “Sin embargo, Instagram no lo tiene todo el mundo.”
Y tiene toda la lógica del mundo: en un sentido deductivo, Rojas no pretende llegar a quien tiene acceso a Instagram porque su posición y su solidaridad nace en el siguiente punto: “El quédate en casa me parecía bien, pero había algo que me parecía raro. ¿Está preparado Madrid para afrontar a tanta gente que de repente está en la calle? Hay gente que es invisible, que parece que no pertenece a la sociedad… y los que piden monedas en las terrazas, ¿qué iba a hacer toda esa gente?”
La solidaridad
La panadería Diadema, en la calle Espiritu Santo, le da cada día más de una barra de pan; Adrían Rojas no sabe cómo, pero su número de cuenta se ha filtrado y la gente le está haciendo ingresos; los vecinos pasan, dejan mascarillas, guantes, lejía o dinero; uno de los dueños de La Fábrica Maravillas le ha dejado una placa de inducción y una olla de 30 litros. Rojas, literalmente, ha abierto una puerta (la del número 28 de Espíritu Santo) y los vecinos han ido metiendo cosas por ella. “Hay gente que quería ayudar y no sabía cómo y se sienten bien ayudando”, dice Rojas.
No hay heroicismo, entiende Rojas, en el acto de quedarse en casa: Netflix o HBO facilitan sobremanera el aislamiento. Y al mismo tiempo, asegura Rojas, confía en la intención de la gente. Confía en que una propuesta de las instituciones tendrá una rápida respuesta ciudadana: “yo lo hago porque siento que tengo que hacerlo, pero esto tiene que venir de arriba”, dice Rojas.
¿La solución?
Rojas dice que: “vienen familias, abuelos, chicos o chicas que dice que son cuatro en casa, gente que puede cocinarse y no tienen los medios y… todavía quedan quince días (si es que no son más). Gente común: gente que le echaron del trabajo, turistas que no pudieron volver a su lugar de origen…”. Y añade: “si esto pasa en Malasaña, no quiero pensar en lo que pasará fuera de la M-30”.
Rojas trata de restarle un sentido político a la cuestión, aunque no deja pasar de largo el tema de los menús de Telepizza y de Rodilla. Y aunque asegura desconocer la solución, piensa que “lo ideal sería que cada 500 o 600 metros” hicieran lo mismo que él está haciendo.
Foto de portada: Valentina Sciu