
Estrabón dijo que una ardilla podía cruzar la península ibérica saltando de árbol en árbol. Hoy la imagen válida sería esta: alguien podría explicarte la historia reciente de España saltando de rotonda en rotonda.
La de Villanueva de la Cañada tiene césped, asfalto, un paso de cebra y 119 tumbas. Lo que tiene también es algo difícil de encontrar en otra ciudad del mundo: un cementerio dentro de una glorieta. Se llama Cementerio de Cristo, aunque probablemente ni los propios vecinos sabrían ubicarlo con ese nombre. Para ellos es, simplemente, la rotonda del cementerio. O el cementerio de la rotonda. Según lo mires.
¿Por qué se instala una rotonda en un cementerio?
En realidad, la historia es menos extravagante de lo que parece. El camposanto fue inaugurado en 1933, cuando Villanueva de la Cañada era poco más que un punto en el mapa. En los 2000, cuando el municipio empezó a expandirse sin demasiado control urbanístico —como todo Madrid metropolitano en esa década—, la ciudad creció alrededor del cementerio.
La solución fue práctica, funcional y extraña a partes iguales: la carretera lo rodeó y lo convirtió en una rotonda.
Pero esta no es una rotonda cualquiera. Aquí se instaló el primer paso de cebra que cruzó una glorieta en España. Y los vecinos aún lo usan para ir a dejar flores. Es decir: es una rotonda, pero también un lugar de duelo. Es espacio público y recinto sagrado. Es el cruce perfecto entre la logística urbana y la memoria colectiva.
Desde 2002 no se entierra a nadie. El Ayuntamiento contempla desmantelar las 119 tumbas y los 14 nichos que siguen flanqueados por el tráfico, según indica un reportaje de El País que data de 2021. Pero eso es un “objetivo a largo plazo”, como se suele decir cuando se quiere decir que no se sabe si pasará.
Madrid y su relación mortuoria
Madrid es una necrópolis. No lo digo yo, lo dice la evidencia. Donde hoy está la floristería El Ángel del Jardín, en pleno centro, estuvieron los huesos de Lope de Vega. En el Ateneo se celebraban velatorios. Y en cualquier calle del centro —de Lavapiés a Malasaña— se han hallado restos. Como escribió la periodista Nieves Concostrina, cuesta llamar a las cosas por su nombre.
Cuesta decir “cementerio” o “entierro” sin suavizarlo con palabras menos rotundas. Pero esto es lo que hay: una ciudad –¿y cuál no?– construida sobre sus muertos. Y una rotonda que lo resume todo.