Es inevitable mencionar palabras como osadía, valentía, atrevimiento o dificultad cuando un (bien o mal) llamado emprendedor apuesta por un proyecto. Más cuando ese proyecto es cultural, cuando ese proyecto es una librería, cuando el contexto es el de una pandemia mundial y cuando la defensa de la lectura se hace a capa y espada. Mary, que acaba de abrir Crazy Mary en la calle Echegaray, 32 , dice que la apertura del espacio no responde a palabras como dificultad: responde a sacrificio.
Y un poco también a ilusión, que es lo que derrocha la nueva librera (antes interiorista, antes periodista) del Barrio de las Letras. “Hacer simplemente la selección ya es una pasada”, dice Mary, que, a la pregunta de cuál ha sido el criterio que ha articulado esta selección, indica que la sorpresa y la voluntad de hacer que el cliente se vuelva con una joyita a casa. “No me gustan las etiquetas y no me interesa que las tenga la librería”, dice Mary.
No se marca, sin embargo, el pretencioso objetivo de definir los gustos lectores del barrio e insiste en que “no soy la típica librería en la que encontrar el best-seller de turno, si lo quieres te lo consigo, pero aquí vas a encontrar pequeñas joyitas”.
Su ilusión, por otro lado, está presente en cada detalle. No solo en un sentido decorativo (que lógicamente también porque ya hemos dicho que es interiorista) sino también en la mínima apreciación. Cuando el sol incide con más fuerza sobre la vidriera que da a Echegaray, Mary retira unos centímetros los libros porque no le gusta que se desgaste el color.
La apuesta de Mary no es solo libresca, aspira a convertir Crazy Mary en un lugar de encuentro. “Porque el espacio se presta”, dice. Y eso mismo es algo que, uno, nota el visitante –habida cuenta del goteo incesante de visitas curiosas– y, dos, nota ella cuando dice que “han venido amigos a los que hacía tiempo que no veía”. Sobre si es el momento adecuado o no, Mary dice que “es el momento del reencuentro: que la gente que vuelva encuentre sitios nuevos”.