Después de más de cuarenta años en el MOMA de Nueva York, la obra más aclamada de Picasso volvía un día como hoy de 1981.
El verano de 1981 pegaba sus últimos coletazos en Madrid y la democracia, joven, débil y entredicho, derrapaba. Entonces, casi como declaración de intenciones, uno de los cuadros más famosos de la historia firmado por un tal Pablo Picasso llegaba al aeropuerto de Barajas desde el otro lado del charco.
El periodista Ramón Vilaro catalogaba aquello para el diario El País como «el desenlace fulminante y feliz de una historia repleta de negociaciones secretas, de declaraciones, de saltos hacia atrás y hacia adelante». El Guernica aterrizaba en Madrid a las 7:45 de un día como hoy, el 10 de septiembre de 1981, poniendo así punto y final al papel del MOMA de Nueva York como depositario temporal de la obra.
Una lista mecanografiada marcó el inicio del periplo del cuadro. En ella figuraban un total de 33 otras obras que Picasso cedía de manera temporal al museo de arte contemporáneo estadounidense, una lista a la que, a mano alzada se había añadido una obra más que el malagueño mandaba a Nueva York asegurándola por valor de 25.000 dólares. Picasso había planeado que sus obras regresaran a Francia, donde se había exiliado, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial truncó sus planes y el cuadro se quedó en Nueva York ante la negativa del pinto de que este volviera a una España no democrática a pesar de que Franco lo hubiera solicitado formalmente en 1967. «Ni el Guernica ni yo iremos a España», zanjó entonces el artista. Y muerto el perro, se acabó la rabia.
El cuadro volaba de vuelta en un vuelo regular de Iberia rodeado de secretismo ante el miedo de los responsables del MOMA de que cualquier filtración pudiera dar al pie al que hubiera sido uno de los mayores golpes de la historia. Ni los pasajeros ni la tripulación sabían lo que les acompañaba en el bodega. Fue el comandante del avión quien, ya en tierra, declaró por la megafonía del aparato: “Señoras y señores, bienvenidos a Madrid. Tengo que decirles que han venido acompañando al Guernica de Picasso en su regreso a España”.
Era imposible concretar una póliza de seguro que respaldase cualquier problema que pudiera surgir del traslado del cuadro, así que el cuadro voló sin asegurar. «La mejor protección son las medidas de seguridad montadas por la policía española en colaboración con la nortearnericana», declaraba por entonces Íñigo Cavero, ministro de Cultura, aferrándose a la única carta de la baraja que se le había repartido.
Después de 42 años fuera de España, el cuadro, un encargo del gobierno de la Segunda República, volvía a Madrid y el ministro Cavero regalaba a los medios una frase que valía su peso en oro: «hoy regresa el último exiliado», después de que las reticencias de algunos herederos del pintor, y el miedo de los responsables del MOMA por encarar el traslado de una de las obras más importantes de la historia de la pintura, retrasara el trámite.
Álvaro Martínez-Novillo, en aquellos días subdirector de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura y uno de los personajes clave en la operación retorno del Guernica, recordaba lo siguiente al respecto en declaraciones al diario El País: “Los del MoMA empezaron a darnos largas y tuvo que ser Joaquín Tena, que era secretario general técnico del Ministerio de Cultura, quien les dijo: ‘Miren, yo no sé si la familia Picasso les va a mater un pleito o no a ustedes, pero desde luego el Estado español, como no firmen ustedes la autorización, sí que se lo va a poner”.
Y el cuadro volvió.