Hace falta que un edificio alcance un altísimo nivel de importancia y simbolismo para que uno se pueda referir a él obviando que es un edificio, solamente con un nombre propio. Es el caso de algún estadio de fútbol –el Bernabéu, el Wanda–, de otros tantos colegios mayores –el Chaminade– o del edificio que nos ocupa: el Beatriz.
La investigación relativa al nombre del Beatriz coincide con el pasado del solar sobre el que se erigió el actual edificio. En la parcela sobre la que reposan los cimientos del Beatriz anteriormente se erigió el Convento de la Concepción Jerónima, una institución religiosa fundada en 1509 por Beatriz Galindo. Breve síntesis biográfica: Beatriz Galindo, salmantina, fue una persona cercana a Isabel la Católica y se reconoce su figura por sus vastos conocimientos acerca del latín –hay quien habla de su infancia y se remite a ella en términos de “niña prodigio”. De sus conocimientos le nace otro apodo –la latina– y de su apodo, el bautizo de uno de los barrios más populares de Madrid: La Latina.
Eleuterio Población
Poco queda de aquel convento. Y es poco y no nada porque Eleuterio Población Knappe, arquitecto y responsable último de su edificación, decidió conservar la reja del convento.
El Beatriz recuerda por su principal peculiaridad –la fachada, de estética brutalista– al relato con el que Nacho Carretero abre su libro Fariña: un hombre cruza en bici la frontera, lo hace todos los días, la policía sospecha y –perdón por la rápida resolución y por contarlo peor que Carretero– finalmente el hombre resulta ser un traficante de bicicletas. La fachada es la bicicleta: el Beatriz es el primer inmueble en España edificado sobre fachada portante, que sostiene el edificio y forma parte de su estructura.
Al respecto, hay una opinión interesante sobre Esteban Fernández-Cobián, arquitecto, que se refirió a Población en estos términos: “arquitecto fascinado por la seriación modular que cualquier critico cinematográfico definiría como un buen artesano”.
¿La consecuencia? Plantas de 3.000 m2 y solo cuatro pilares. Todo diáfano, todo modular en sus siete plantas centrales. (Paréntesis de presentación de la disposición por plantas: cinco de sótano, planta baja, siete plantas centrales, ático y sobreático. Quince en total, diez a la vista: una cifra inferior a la sensación visual que genera).
Sus usos
Parece que la sensación de dinamismo (casi moaré) que reproduce su fachada también se extiende a su interior. Si bien es cierto que fue sede del Banco Popular y que sus usos han estado vinculados al sector financiero, en los últimos años ha habido movimiento en el interior con respecto a las empresas que arriendan las plantas. Hasta quince empresas distintas se reparten por el interior del Beatriz.
En los últimos años se hizo una importante reforma del interior del edificio 40 años después de su inauguración. Y en mayo de 2020, el Beatriz protagonizaba algunos titulares por ser el primer edificio español en adaptar su interior a la Covid-19. Nada espectacular –más tarde los ciudadanos de cualquier rincón del mundo le llamaríamos lunes a ese despliegue de medios–: espacios más flexibles y abiertos, líneas pintadas en el suelo, flechas que marcan la dirección.
Es osado reconocerlo de este modo –y un poco violento como introducción a un corolario–, pero igual que visitamos ciudades y nos sorprendemos en los Free Tours porque según qué edificios tuvieran usos anodinos o frívolos, que no es descartable que quienes nos antecedan piensen algo parecido. Que piensen cosas como, ¿cómo un edificio tan espectacular estaba a disposición de cualquier empresa que pudiera permitirse pagar su alquiler?