En Madrid hay un hórreo. Y, pensándolo bien, tiene todo el sentido del mundo. Porque si hay un arquitecto gallego con obra en la capital, ese es Antonio Palacios. Porque las calles también hablan, y en el Barrio del Pilar lo hacen con acento atlántico: Ferrol, Arteixo, Padrón. Y porque la plaza de Corcubión se llama así y en su centro, desde 1973, hay un hórreo.
Es un hórreo de tipo Fisterra, un cabazo de piedra de proporciones generosas que pasó del Campo do Rollo, en Corcubión, a Madrid. Lo compró el Ayuntamiento gallego a un vecino, Manuel Rojo, y fue desmontado pieza a pieza –como el templo de Debod, por ejemplo– y trasladado en dos camiones hasta el Barrio del Pilar. El día de la inauguración estuvieron los alcaldes de ambas ciudades: Ramón País Romero, de Corcubión, y Miguel Ángel García-Lomas, de Madrid.
Un icono de la cultura del norte en Madrid
La utilidad del hórreo –no necesariamente la de este– es la de almacenar alimentos. A una altura del suelo que le separa de según qué tipo de potenciales animales invasores, sirve para secar, curar y guardar cereales.
Preguntados por su historia, el Grupo de Historia Urbana del Barrio del Pilar cuenta a Madrid Secreto: “Desde el día de su inauguración se ha mantenido en la ubicación original y, salvo una “oKupación” ocurrida en 2013 por parte de unos jóvenes del Barrio que lo utilizaron como almacén, no ha sufrido desperfectos” –lo cual es en sí mismo un ejercicio bastante irónico.
Hoy sigue en la plaza de Corcubión, entre coches, en una mediana, y rodeado de edificios de alturas relativamente abrumadoras, pero bien conservado. Sin roturas. Y su presencia allí casi se puede interpretar como un viaje de ida y vuelta entre Galicia y Madrid: si el antiguo templete de Gran Vía está en O Porriño (Pontevedra), casi hasta tiene sentido que este hórreo esté en Madrid.