Al lado de una plaza (la plazuela de la Memoria Trans) que no parece madrileña, hay una terraza que tampoco lo parece. Un puñado de cojines se amontonan en el poyo de un ventanal exterior y uno sabe automáticamente que ese debe ser uno de los sitios más cotizados de Chueca. Uno, por la ubicación privilegiada; dos, en función de la hora por la incidencia del sol y tres, por la calidad de la comida que ofrecen tras ese ventanal.
Tras ese ventanal está Kritikos, restaurante griego, y la enorme cristalera funciona perfectamente como metáfora de transparencia y de claridad conceptual. En Kritikos la apuesta es sencilla: los procesados no tienen lugar, la comida es siempre fresca y la palabra salubridad orbita alrededor de todos los platos.
Y es que esa es en cierto modo la definición de la comida griega, el tercer eje que (junto a Italia y España) compone el triunvirato más representativo de la comida mediterránea. La comida griega es mucho más que queso feta, claro, y la carta de Kritikos (interesantísima: combina verduras, pescados y carnes) da buena cuenta de ello. Un equilibrio perfecto, también, entre platos ligeros y platos contundentes, como es el caso de la mousaka –hacen dos bandejas diarias y las dos se venden– o del giouvetsi: una especie de falso risotto que bien justifica la peregrinación.
Es casi obligatorio dejar un espacio para el postre. El halvás, turrón griego hecho a baso de tahini, no se parece a ninguna otra cosa que no sea el halvás. Es decir: su definición es difícil mediante la comparación. Por eso, como con el resto de la carta, la mejor opción es desplazarse a Kritikos y probarlo por uno mismo.
Calle San Gregorio, 11 (Chueca).
Alrededor de 25€ por persona.
Más información en su Instagram.