No son pocos los restaurantes que asumieron el confinamiento como un periodo reflexivo. Como un buen momento para mirar en retrospectiva o como una época perfecta para dar un paso hacia atrás y luego dos hacia delante. En el caso de La Cabra, el paso hacia atrás ha sido permanecer cerrado hasta este mes de diciembre (obras incluidas). Los dos hacia delante, el resultado.
La Cabra es el restaurante que catapultó a la fama a un joven Javier Aranda (de la mano de este restaurante consiguió una estrella Michelin: ahora tiene dos –Gaytan y Retama). Ahora no está en primera línea, pero su presencia –asesoría gastronómica– es garante de seguridad y sensación de certeza para quien sabe que está apostando a caballo ganador.
El local, que ha sido reformado, se divide en distintos espacios y su decoración, cálida, se compone por ladrillo, cristal, bambúes, piedra. Esta mezcolanza de materiales funciona casi como alegoría de la carta. Todo vale si es con criterio; el ensamblaje es posible. El pulpo y el guacamole casan bien o el pak choi (¡a la brasa!) puede estar cerca de los callos a la madrileña.
La remodelada carta de La Cabra es tradicional, cauta y equilibrada. Al comensal se le presentan apenas una veintena de platos a texto corrido. Entre esta veintena destacan el mencionado pulpo con guacamole (y su presentación y la armónica relación de sabores), la (dentro de poco famosa) ensaladilla rusa o el coquelet deshuesado al carbón (la confirmación de que el pollo es una carne con muchas posibilidades).
La torrija es uno de los must de La Cabra (ya lo era en el periodo anterior a la pandemia). Y el helado, de caramelo, que forma parte del postre se hace en la misma cocina. En el caso de La Cabra, el cliché –“los detalles marcan la diferencia”– es una realidad y es que la atención al detalle es fundamental y un rasgo de distinción en este clásico de la restauración madrileña.
Calle Francisco de Rojas, 2 (Bilbao).
Alrededor de 25€.
🕒 Cocina non-stop
Más información en su web.