Dice Dafnis Balduz, actor protagonista de La golondrina, que el teatro sirve, entre otras cosas, para «remover». Puede que se refiera al pinchazo en la fibra sensible que asestan las palabras afiladas y certeras como dardos, y puede que también esté hablando del descoloque ideológico y emocional que estalla en el espectador cuando presencia una obra teatral que va con segundas.
Ambas sensaciones las provoca La golondrina. Dafnis Balduz y Carmen Maura remueven desde el escenario del teatro Infanta Isabel (Calle Barquillo, 24, Chueca) interpretando a una profesora de canto y a un alumno con pocas dotes vocales que, aunque acaban de conocerse, se encuentran unidos por un hilo poderoso e indestructible.
Cada minuto de diálogo es un centímetro de ese hilo. Y cuanto más se desenrolla la madeja, más empatiza el público. Es inevitable sentirse apelado por ese intercambio entre Balduz y Maura, que vira del reproche a la comprensión en cada línea del texto.
Lo que pasa sobre las tablas, en un momento u otro, se acaba convirtiendo en un reflejo de la propia vida: del dolor, las injusticias, el amor y la valentía que almacenan nuestros recuerdos. El dardo da en el clavo cuando menos lo esperas.
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