Cuando has trabajado en tres siglos diferentes y consecutivos, puede decirse que algo has hecho bien. Así de bien le va a La Mallorquina, una de las pastelerías más míticas de Madrid que este año cumple 125 años de oficio.
Frente a sus vitrinas, con más de 200 productos diferentes, se dan cita locales y turistas, jóvenes y mayores, porque La Mallorquina no entiende de edad, procedencia o credo. Ahora incluso tienen cruasanes de cinco cereales sin mantequilla para veganos.
El estratégico punto en el que se ubica ha hecho de La Mallorquina todo un emblema madrileño. En ocasiones hay que hacer cola para entrar. O al menos esperar a que el local se vacíe un poco. Alrededor de 90 empleados hacen que La Mallorquina funcione y ahora planean dos nuevas aperturas: una a partir del 14 de julio de forma ocasional durante los domingos del Rastro, y otra en el número 30 de la calle Hermosilla, en el barrio de Salamanca.
Hay quien dice que allí se comen las mejores napolitanas de Madrid, aunque no seremos nosotros quienes pontifiquemos al respecto. Tampoco sobre sus bombas de nata, sus suizos, sus pepitos o sus ensaimadas, patrimonio gastronómico de la humanidad.
Desde que en 1894 abriera sus puertas, por sus mesas han pasado personajes como Pío Baroja, Benito Pérez Galdós o Unamuno, convirtiéndose en un testigo vivo de la historia. Mucho más que una pastelería.
Ubicada frente a dos locales alquilados por dos de las mayores franquicias de comida rápida del mundo, a Madrid le faltaría un trozo de sí misma si La Mallorquina cerrase. Sin ella, Madrid sería un poco más universal y un poco menos Madrid.