Hablamos con Sandro Bianchi, un DJ italiano, de madre peruana pero madrileño de corazón, dueño de Bianchi Kiosko Caffé.
Hace treinta años Sandro Bianchi llegó a Madrid, recién cumplida la mayoría de edad. Madrid no era un destino sino una escala: tres meses aquí, aprovechando un alquiler que su madre tenía ya pagado en pleno Malasaña, y vuelta a su Roma natal. Tres meses en el Malasaña turbio de finales de los 80, el de la heroína y la patada en la puerta de la Ley Corcuera. Sin Instagram, ni barberías, ni bicis de piñón fijo.
Solo tres meses en Madrid y vuelta a Roma para estudiar diseño de moda. Ese era el plan, pero el mejor plan por definición es el que no existe y a Sandro le bastó una noche para saber que Malasaña era su sitio.
Sandro siempre empieza su día con un espresso y un flat white. Sirkka, barista de origen Finlandés, se encarga del turno de mañanas en Bianchi Kiosko Caffé.
«En España siempre hemos tenido una cultura cafetera pésima que ahora empieza a cambiar. Era uno de los pocos fallos que tenía este país.»
Hoy, treinta años después, Sandro Bianchi es un hombre orquesta, un “culo inquieto”. No se apartó del mundo de la moda (le patrocinan marcas como Nudie Jeans, Vans, Socketines, Red Wings, Latitude o Tiwel), ha locutado en Loca FM y en la radio del Círculo de Bellas Artes, ha pinchado en casi todos los garitos de Madrid (y lo sigue haciendo), tiene su propio sello (Spacid Recordings), y, hace poco, como quien tuviera tiempo libre que matar, abrió con su pareja Bianchi Kiosco Caffé (c/ San Joaquín, 9), un modesto local en pleno Malasaña convertido en parada obligatoria en la ruta madrileña de los “speciality coffee”, como él los llama.
La inconfundible bici de Sandro, siempre aparcada delante de su cafetería.
Sandro tuvo, casi desde siempre, la música como pasión, la moda como vocación y el café como vicio. Y claro, en España estaba jodido: “en España siempre hemos tenido una cultura cafetera pésima que ahora empieza a cambiar. Era uno de los pocos fallos que tenía este país”.
-Ese café en vaso de caña.
-Sí, justo -ríe-. El vaso de caña, el torrefacto, la leche quemada, la máquina mal mantenida. A veces solo viendo la máquina dices ‘no me tomaría un café que saliera de ahí.
«Cuando llegó Starbucks a España me enganché, que no es para nada mi filosofía. Los ‘speciality coffees’ somos todo lo contrario a Starbucks, que es una compañía industrial gigante.»
Hasta que hace cinco años estalló el boom de los cafés de especialidad, del que Toma Café (c/ de la Palma, 49), a ojos de Sandro, fue el precursor.
“Mi evolución con el café en España fue: quemado por el mal café y tomándolo porque me gusta y es una adicción. Para poder tragarlo le echas mucha azúcar, lo que ya no hago. Cuando llegó Starbucks a España me enganché, que no es para nada mi filosofía. Los speciality coffees somos todo lo contrario a Starbucks, que es una compañía industrial gigante. Cuando empezó, creo que el primero en Madrid lo abrieron hace 15 años, era la mejor respuesta: o Starbucks o torrefacto. Por eso triunfó tanto. Hasta que me di cuenta de que me estaba gastando 500 pavos al mes en Starbucks. Literalmente. Entonces salió Nespresso, me tomé muchas, muchas cápsulas hasta que ya empezó la cultura del speciality coffee, y menos mal».
Sandro en Toma Café (c/ de la Palma, 49), precursor, según él, de los ‘specialty coffees’ en Madrid.
Entonces ¿qué son estos speciality coffees o cafés de especialidad?
“Un sitio especializado en café, que su producto principal es el café. Se cuidan las calidades del café, se conecta con pequeños cultivadores, apasionados del café. Es todo lo contrario al café industrial. Tener varias variedades de café y no que te cases con una multinacional y por comprarle a ellos el café te dé todo gratis”. Con todo gratis Sandro se refiere a la máquina, los molinos y demás instrumentos indispensables que las multinacionales cafeteras suelen regalar a los establecimientos a cambio de firmar un contrato con ellos de suministro de café por un tiempo determinado. “Y nos gusta variar, no nos gusta poner un cartel en la puerta de una marca de café y estar toda la vida vendiendo ese café”, explica.
Visitando la pop-up de la marca sostenible Latitude en El Paracaidista (c/ de la Palma, 10).
Starbucks trajo consigo una cultura cafetera que no existía. Podías tomar leche de soja, ofrecía nuevos formatos de café como el flat white, y esto hace 15 años era una revolución. Pero Starbucks también triunfó ayudado de ese aura de cosmopolitismo trendy. Porque hace 15 años también había hipsters, pero con otras túnicas.
«En Bianchi Kiosko Caffé nos gusta variar, no nos gusta poner un cartel en la puerta de una marca de café y estar toda la vida vendiendo ese café.”
¿Se benefician también los speciality coffee de la inercia de la tendencia? “Sí, pero el hipsterismo no está solo en los speciality coffees sino en todos lados. Los dependientes de ropa, las barberías, los chefs que van todos tatuados y las camisas siempre remangadas para que se les vean los tatuajes. El hipsterismo está en la vida diaria”, matiza Sandro.
Una parada en la tienda de música electrónica en vinilo Palma39 (c/ de La Palma, 39) regentada por Flavio Tortora (DJ F).
Y más allá del moderneo, cafeterías como Bianchi Kiosko Caffé proponen un cambio de paradigma, hacer las cosas mejor en todos los sentidos posibles. Por ejemplo, al margen de las grandes corporaciones. “Es un producto más cuidado al no ser tan global. También mi cafetería es ecofriendly. Todo lo que ofrecemos o la mayoría es cien por cien ecológico, hacemos hincapié en comercio justo, granjas pequeñas, producto biodinámico que son productos que se desarrollan naturalmente”.
“Malasaña es un ejemplo para otros barrios, el sitio donde todo el mundo quiere estar.”
Probándose zapatillas en Painkiller (c/ de San Joaquín, 7), una tienda donde las últimas novedades se muestran en forma de holograma.
Después de 30 años viviendo en Malasaña, el “Soho madrileño”, Sandro se mueve por el barrio con la naturalidad de quien se sabe en casa. Va y viene de Madrid, con bolos que le han llevado por medio mundo, pero sabiendo que Malasaña es su Comala donde volver.
Caminas con él por el barrio y la gente le para. Le saludan, le abrazan. Te habla de este o aquel local, de dónde comer, como el Navaja (c/ Valverde, 42) o el Palma39 (c/ de la Palma, 39) para comprar unos vinilos. “Malasaña es un ejemplo para otros barrios, el sitio donde todo el mundo quiere estar.”
Otro imprescindible de Sandro en Malasaña, Navaja (c/ de Valverde, 42), donde la cocina tradicional gallega se fusiona con la peruana.
¿Y qué le sobra? “Es una pena que se haya puesto tan, tan, tan de moda, y hay que citar la gentrificación. Es una pena que gente que hemos vivido ahí toda la vida de repente nos tengamos que ir porque nuestra casa pasa a costar el doble y por ese dinero te coges un chalet a 20 minutos de Madrid”.
De vuelta en Bianchi Kiosko Caffé, escuchando promos para usar en sus sesiones.
La música ha sido y sigue siendo su profesión, su fuente principal de ingresos. Sandro pasa las tres o cuatro últimas horas del día escuchando las promos que le llegan de las discográficas, y yo, que mientras converso con él por teléfono escucho de fondo a sus tres hijos reclamando su atención, no entiendo de dónde saca el tiempo.
Fotos: Igor Termenón.