Nos sentamos a la mesa y Raúl Harillo, el dueño de Lúbora, nos avisa: aquí trabajamos con menús degustación –tienen tres tipos: el corto (6 platos), el medio (8) y el largo (10) – y el cliente no sabe lo que va a comer hasta que el plato le llega a la mesa. Antes (antes de que lleguen los platos, después de advertirnos), nos pregunta si tenemos alergias, intolerancias o intransigencias. No es el caso. Raúl sonríe, da una palmada, se retira a la cocina y empieza el desfile de platos.
Antes de continuar: la lectura de la reseña de Lúbora y la posibilidad de que el lector se decida por ir será, en cierto modo, como ir al cine creyendo que vas a ver Reservoir Dogs y terminar viendo Pulp Fiction. El garante de la calidad será Tarantino. En este caso, el garante de la calidad será la confianza en Lúbora. Es decir: el menú (sorpresa, insistimos) es, a excepción de determinados platos, variable.
Raúl Harillo nos cuenta que Lúbora se llama así por sus dos perras: Lua y Bora. Afinamos el ojo y vemos que la decoración del local, de estética industrial, está en su totalidad compuesta por fotos de ellas. Luego, con todo el miedo del mundo, le preguntamos: Raúl, si el menú es sopresa, es imposible reseñar Lúbora sin informar de lo que hemos comido. Este artículo va a ser (es) un spoiler. Y nos tranquiliza porque, como hemos dicho, la carta va rotando.
Los platos, sobre el papel y mencionando solo el ingrediente principal, se entenderían como cocina tradicional española: callos, ajoblanco o sopa castellana son algunos de los que integraron el menú medio (ocho platos) que probamos.
Ahora bien, el giro viene después: el ajoblanco, por ejemplo, está hecho con leche de coco y servido con granizado de remolacha y camarones. Delicia sensitiva. La sopa castellana es una reinterpretación del ramen japonés: el huevo es frito y de codorniz; no hay chasiu y sí torrezno. Sabido esto, entonces, la cocina de Lúbora se puede clasificar en la categoría de cocina mediterránea fusión. Aunque como toda categoría, es insuficiente.
Aún así y a pesar de la patente de corso con la que contamos para hablar de los platos con libertad absoluta, decidimos atenernos al secretismo para generar hype: el postre es leche con galletas. Y solo diremos que, contra lo raro que pudiera parecer, la leche con galletes que le sigue a un menú de ocho platos entra como agua en espalda de pato.
A fin de cuentas, Lúbora refrenda una máxima expuesta en Las posibles vidas de Mr Nobody: mientras no elijas, todas las opciones son posibles. Así que, en un tono un tanto mr wonderfuliano, podríamos decir que como no eliges, en Lúbora todo es posible.
Calle Edgar Neville, 39 (Nuevos Ministerios)
De martes a sábado. De 12:30 a 00:00.
El menú degustación corto cuesta 35€, el medio 45€ y el largo 55€.