La lengua española es un chicle que se estira y se nutre de términos propios de otros confines del mundo. Los hablantes nos acostumbramos naturalizar lo ajeno desde el mismísimo nacimiento de nuestro idioma, que ha resultado en un caótico collage de voces latinas, árabes, francesas y hasta rusas. El español crece, se ensancha y se enriquece, pero por el camino también pierde palabras.
El español de esta era acuña neologismos al ritmo con el que se reproducen las apps en el mercado online, y la gente inventa nuevos verbos pseudo yankees con solo añadir el sufijo –ing al sustantivo que más les conviene según las circunstancias. Estas creaciones un poco burdas no son ni malas ni buenas: son el reflejo lingüístico de la globalización que esculpe la vida contemporánea.
La evolución lleva aparejada la extinción. ¿A dónde van las palabras que se mueren? Desaparecen en silencio y nadie las recuerda nunca más: en el diccionario no queda ni un borrón o un mísero espacio en blanco que sirva de lápida para ellas.
La artista zaragonaza Marta PCampos ha construido un camposanto para las casi 2.800 palabras del español perdidas en el último siglo. Están guardadas en un libro grueso cuyas páginas hay que hojear con guantes. Se titula 1914-2014: diccionario cementerio del español.
En los dos volúmenes que componen la obra no hay definiciones, solo palabras que no cuajaron en nuestra lengua, o que funcionaron solo durante un tiempo. «Cuñadez», «cocadriz», «camasquince». Suenan cercanas pero están ya muy lejos.
Las palabras olvidadas también han ocupado unos nichos en la pared de la Caja de las Letras, la cámara secreta que esconde tesoros culturales en el sótano del Instituto Cervantes, lugar donde también está expuesto el anti-diccionario. En estas casillas ocupadas se superponen alfabéticamente los vocablos desaparecidos y la suma de todos resulta en un manchurrón negro de mayor o menor densidad según la letra de la que se trata. Las tumbas de la K, la Ñ y la W están vacías porque ninguna palabra ha desaparecido en el último siglo.
La existencia de las lenguas es diferente a la de los seres vivos: las palabras pueden resucitar si las ayudamos a volver a la vida. PCampos ha creado un foro para reciclar palabras muertas con la ayuda del programador Martín Nadal. Está abierto para los nostálgicos que quieran intentar reanimar lo que ya nadie dice.
El cementerio de las palabras olvidadas se podrá visitar gratis hasta el 23 de septiembre en el Instituto Cervantes (Calle Alcalá, 49).
Fotos: Ángel Biyanueba para Madrid Secreto