La de una cáscara. O una crisálida. Esa parece ser la función que cumple la fachada exterior de Ríos Rosas, 23. Envuelve, abraza y protege, pero también oculta con éxito ante todo el que pasa por delante de este edificio de Chamberí –en plena calle y a la luz del día– una pequeña gran joya de Madrid: el Museo Geominero.
En ese sentido, el propio espacio funciona como una metáfora de lo que alberga en su interior: como si se tratase de una geoda, su apariencia, tan sobria por fuera, no invita a imaginar que en su interior se encuentre uno de los secretos mejor guardados de la capital.
También resulta acertada la comparación con una matrioska –lo que explica, en gran medida, por qué no es tan conocido como otros museos situados a pie de calle–: mientras que el edificio en su conjunto corresponde al Instituto Geológico y Minero de España (IGME), el espacio dedicado al Museo se ubica en la primera planta, ocupando una única –pero monumental– sala.
El edificio fue declarado Bien de Interés Cultural (BIC) en el año 1998, en la categoría de Monumento. Y una de las cosas que más llaman la atención en el ascenso a esa primera planta son las impresionantes vidrieras emplomadas de la Casa Maumejean, que durante más de 150 años se ha dedicado a la fabricación de vidrieras artísticas. Un trabajo que se puede ver en otros edificios de Madrid como el Casino de la calle Alcalá, el Hospital de Maudes, el Teatro Calderón o el Hotel Palace.
El origen de la institución, el IGME, se remonta al año 1849: fue en esa época cuando Isabel II creó una comisión de expertos para la creación del primer mapa geológico de España. Pero sería en 1926 cuando Alfonso XIII inauguró la sala, cuya museografía –la forma en que se exponen las piezas– responde a la manera en que se concebían los museos en el siglo XIX: como grandes almacenes de exposiciones que pretendían mostrar cuanto más, mejor.
Al llegar a la sala del Museo, se comprende que la visita merece la pena ya solo por el propio espacio. Tras una altísima puerta se abren más de 1.300 metros cuadrados de arquitectura de madera, hierro forjado y cristal de principios de siglo, distribuidos entre la planta y los balcones. Y a todo eso hay que añadir, claro, la propia exposición, de visita gratuita: 250 vitrinas de madera tallada y vidrio.
¿Qué se puede ver en este Museo?
«Piedras», contesta Ana Rodrigo Sanz, directora del Museo Geominero. Y a renglón seguido, añade: «Pero, ¿piedras así en sentido amplio o piedras con apellidos? Aquí podemos ver fósiles, minerales y rocas«, explica. Actualmente, el Museo cuenta con una colección del orden de 100.000 piezas, de las que están expuestas aproximadamente el 20%.
Todas esas piedras –con apellidos– hablan un lenguaje universal: el del tiempo. Por eso visitar este Museo es, en palabras de su directora, un viaje a través de él: «Nosotros invitamos visitando este Museo a hacer un viaje en el tiempo, que es algo de lo que nos hablan las rocas. Del tiempo geológico, del tiempo expresado en una escala que nos es difícil de comprender porque la unidad de tiempo en Geología es el millón de años, pero nos habla de cuál ha sido la historia de la vida en la Tierra».
Una historia, la de la vida en la Tierra, que queda patente también en otras piezas muy especiales de la colección: «A mí me gusta mucho contar que en este museo tenemos un 99,9% de piezas terrestres y un 0,1% de piezas extraterrestres: los meteoritos», comenta Ana Rodrigo. «Pensar que han atravesado la atmósfera terrestre, han impactado en nuestra corteza y después nosotros los hemos encontrado… Es verdaderamente sobrecogedor«.
Fue precisamente uno de esos meteoritos, con un diámetro de entre 10 y 11 kilómetros, el que hace 66 millones de años impactó contra nuestro planeta, acabando con la vida de los dinosaurios. Y no hay Museo Geológico que se precie, dice Ana, que no tenga el suyo: «Nuestro dinosaurio del Museo es la réplica de un T-Rex, con una dentición tremendamente desarrollada. Llama mucho la atención de nuestros visitantes, y es una de las fotos preferidas de los más pequeños».
Cuenta la directora que siempre que hay visita cae una pregunta por sistema: «¿Qué pieza destacarías de la colección?»: «Para mí, una de mis piezas preferidas es la pirita. Por su belleza y su geometría».
«Es habitual que nos pregunten si hemos sido nosotros los que la hemos troquelado de esta forma con un martillo y un cincel«, prosigue, «pero aparece en la naturaleza formando esos cubos. Y uno de los yacimientos más importantes del mundo está en España, en Navajún (La Rioja), que es precisamente de donde proceden las piritas de nuestro Museo».