Podría decirse que Elena Fortún, que realmente se llamaba María de la Encarnación Gertrudis Jacoba Aragoneses y de Urquijo y que tomó su aka de una novela de su marido, es una especie de Corín Tellado madrileña. Y uso el condicional porque la imprecisión, como en toda comparación que se precie, es notable.
En cualquier caso (sirva de microbiografía esta definición insuficiente) Elena Fortún, que alcanzó el éxito con la saga de novelas que toman a Celia de protagonista, fue una escritora española especializada en literatura juvenil e infantil. Los elogios a su obra y la veneración a su persona se centran en sus novelas ambientadas en la Guerra Civil, empero, esta reseña se centra en una antología de entrevistas a niños. El título –Lo que cuentan los niños (Renacimiento, 2019)– es lo bastante sugerente, expositivo y meridiano como para entrar a hablar de la sinopsis. Aun así: Lo que cuentan los niños es la intención, la voluntad y la acción de poner el foco en el sector más desprotegido de la sociedad (aquel, además, que ha sido precozmente integrado en la vida laboral) y conocer qué tienen que decir. Elena Fortún, en suma, entrevista a niños que trabajan.
Surge, entre estas páginas, el Madrid más social, más castizo y más popular de la época. Un relato de Madrid que no está construido por la burguesía, sino por niños con nombres, trabajo y apellidos. De hecho, la burguesía es el público al que va dirigido el mensaje, que se publicó en Gente Menuda, el suplemento infantil del ABC. Elena Fortún, entonces, es solo el catalizador o el mensajero de un mensaje que tiene en los niños a los emisores y a los receptores. De hecho, es tan notoria la diferencia de clase que prevé Fortún que muchas veces aclara determinadas cuestiones porque sabe que los niños de clases acomodadas no van a entenderlas. Amén de problemáticas de clase (pobreza metropolitana, en suma) representada en diálogos como el siguiente:
“-¿Y a quién tiras?
-A los pájaros.
-Eso está rematadamente mal hecho. ¿Tú no sabes que a los pájaros no se les debe matar?
-Es que me gustan mucho fritos.”
El valor del libro radica en una función de Fortún: la de cronista involuntaria (o no). Ya lo anticipa maría Jesús Fraga en el prólogo cuando dice que: “su contribución al conocimiento de las vivencias de los niños expresadas por ellos mismos mientras ejercen sus trabajos.” Fortún habla de un Madrid en el que las formas de ocio juvenil son el cine, los toros, el fútbol y las novelas. También capta el léxico y los códigos de humor de la gente joven de la época: ese madrileño que tan bien usa Ferlosio en El Jarama también es aquí notorio y palpable. Esa chulería castiza, también, representada en diálogos como:
“-Y tu no sabes que aquí, donde me ves, yo soy de muy buena familia.
-Qué me cuentas.
-Lo que oyes. Mi padre es barón.
-¿Es posible?
-Sí, señor; barón.
-¿Y tu madre?
-¿Mi madre? Pues mi madre, hembra, so primo”
Si Elena Fortún no hubiera existido, habría que crearla (aunque fuera de forma apócrifa). Si Elena Fortún no hubiera existido, este artículo no tendría sentido y solo Dios sabe las fuentes (datística en su mayoría, seguro) a las que habríamos tenido que acudir para responder a la pregunta que abre el texto.