El amor de Pablo Picasso por Olga Khokhlova es el elemento dominante en los primeros retratos que le dedicó. Después de la boda del artista español y la bailarina rusa, Olga obtuvo el papel protagonista dentro del universo pictórico de su marido. Al principio era su modelo predilecta, tierna y melancólica. Pero al aproximarse su separación, ella se convirtió en la pesadilla aterradora que torturaba a Picasso en sus cuadros.
CaixaForum Madrid (Paseo del Prado, 36, Las Letras) acoge la exposición Olga Picasso entre el 19 de junio y el 22 de septiembre. Es la primera muestra realizada en torno a la figura de Olga Khokhlova y a su relación romántica con el pintor. El matrimonio funesto es parte indisoluble de la obra picassiana y de la historia de una mujer cuya vida estaba caracterizada por la contradicción.
Olga y Pablo se conocieron en 1917 e iniciaron su vida como marido y mujer en París, donde cuna del arte por aquel entonces. Durante su estancia en la capital francesa, Picasso pintó el alma dulce y atormentada de su mujer. Olga aparece en estos cuadros leyendo o bordando, a menudo con la mirada perdida y el gesto sombrío. Sufría a diario por la ruina económica y las penurias que atravesaba su familia en la madre patria mientras ella y su esposo ascendían plácidamente en el ascensor social.
Unos años más tarde otro personaje monopolizó el pincel de Picasso: su hijo Paul, el ojito derecho de Olga y la nueva fuente de inspiración de su padre. Nació en 1921 y desencadenó una producción artística en torno a la maternidad y la familia marcada por una ternura hasta entonces desconocida en el pintor.
De aquella época feliz se conservan vídeos caseros divertidos y espontáneos, en los que una Olga alegre baila, juega con sus perros y seduce a una cámara por la que no muestra ningún reparo.
A pesar de la armonía que transmiten los cuadros y las instantáneas familiares, la vida conyugal estaba torcida por los constantes desprecios e infidelidades del artista. En 1927 Picasso conoció a su nueva amante, la joven Marie-Thérèse Walter, inmortalizada en su obra haciendo gala de una sexualidad exuberante. Esta figura desplazó a Olga a un terrorífico segundo plano.
Las formas curvilíneas y sensuales de Walter contrastan con el monstruo terrible en el que se transformó Olga dentro de la obra de Picasso. Una mujer deformada, de muecas desencajadas en perpetuo alarido, que rezuma dolor por los cuatro costados.
Era el reflejo de la crisis profunda que terminó con la separación de la pareja en 1935, cuando Olga se enteró de que la amante de su marido estaba embarazada.
Olga Picasso reaparece en la obra de Picasso como una mujer gris y apagada que, sin embargo, recobra la ternura con la que él la retrataba nada más casarse. La bailarina murió en 1955 sin contarle al mundo los abusos a las que le sometió su marido. Pablo Picasso no acudió a su funeral.
Foto de portada: ‘Olga Picasso’ de Pablo Picasso (1923)