Cuando ya estamos por los postres lo preguntamos: ¿qué significa Sincio? El Sincio, dice Ritha Lalaleo (el 50% del negocio), es una palabra cántabra que significa deseo o muchas ganas de hacer algo. No es gula, no es apetito. No hay una palabra castellana de uso extendido en toda la península que sintetice lo que es el sincio. Y no hay una palabra (en general) que sirva mejor como profecía autocumplida. Un día después de comer en Sincio, uno tiene sincio de Sincio.
El principal culpable de que exista esta sensación es Jorge González, el 50% restante y el cocinero del sitio. Parte del talento de Jorge (y creo que del talento gastronómico) radica en encontrar combinaciones que antes uno creía imposibles. ¿El ejemplo? Es raro encontrar en un mismo plato alcachofa y anguila ahumada. Por otro lado, el resultado de la combinación es excelente.
En Sincio lo auténtico es la nota común. Y aunque suene a cliché, no lo es. Si aquí algún plato tiene trufa no es porque esté perfumado por esa (repetitiva y hostigante) cosa que es el aceite de trufa. Aquí el timbal de rabo de toro con patata (por ejemplo) lleva lascas de trufa. Y las lleva porque es temporada. Igual, por cierto, que es temporada de alcachofas. O que la cuestión autoral se manifiesta, por ejemplo, en el cebollino y el matiz estético que arroja sobre todos los platos.
En la planta baja del Mercado de Antón Martín, Sincio es un restaurante que bien justifica la peregrinación. En especial para ese tipo de personas que no puede terminar una comida prescindiendo del postre (bien pensado, para quienes pueden prescindir de él también): el mango (en helado y también deshidratado) con maracuyá y mousse de chocolate blanco generan en el comensal un sincio que es inmediato.
Mercado de Antón Martín (Calle Santa Isabel, 5).
Precio medio de 25€ por persona.
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