Unas enormes grúas han cercado las Torres Colón. Las torres gemelas de Madrid se someten a una operación de reforma que, si bien está orientada hacia el interior, alterará por completo su fachada y acabar con su icónica corona: el famoso «enchufe», como lo nombran las gentes de Madrid.
La ausencia del «enchufe» cederá espacio vertical para que las torres crezcan cuatro pisos hacia arriba, eso sí, sin modificar la altura original de 116 metros. Ambos edificios también «mudarán de piel» abandonando su color cobrizo para envolverse en una cristalera de tonos azulados. La escalinata y el ascensor de la planta baja también desaparecerán para despejar la calle de barreras arquitectónicas.
La rehabilitación de la estructura interna del inmueble ha hecho saltar la chispa de la polémica, que a su vez ha prendido el descontento de algunos ciudadanos. Así, la Asociación para la Protección de las Torres Colón se ha gestado al calor del rechazo a la renovación por temor a perder este símbolo de la arquitectura del siglo XX. Pero el asunto ya está en marcha y las obras, que ya han empezado, concluirán en 2022.
El objetivo de la reforma es doble. Por un lado, se quiere recuperar el espíritu innovador con el que fueron diseñadas las torres, adaptando su concepto vanguardista al Madrid actual. Por otro, convertirlas en el primer rascacielos «cero emisiones» de toda España. La energía del edificio provendrá de fuentes renovables y el 10% de la electricidad será autogenerada. No emitirá apenas C02 y contaminará un 60% menos que un edificio tradicional.
Así, aunque el proyecto suponga rehacer la fachada y desmontar el «enchufe» de la azotea, no hay intención ninguna de despojar a las Torres Colón de su identidad. Más bien, lo contrario. Ese copete estilo art decó que, en realidad, nunca fue del agrado del arquitecto que allí lo puso (o más bien, lo tuvo que poner), Antonio Lamela. Su existencia obedece no a un capricho de diseño de su creador, sino a la normativa urbanística que imperaba en Madrid hace unos años. Y fue él mismo quien solicitó la retirada de ese gorro de escaso gusto que su obra lleva a la fuerza.
Historia de una escalera y del enchufe que la ocultó
Antonio Lamela empezó la casa por el tejado. Las Torres Colón están construidas al revés, de arriba a abajo, en un despliegue pionero de la «arquitectura suspendida» que Lamela introdujo por primera vez en España en 1967. El nuevo edificio de oficinas (aunque en un principio pretendiera albergar viviendas de lujo) cambiaría para siempre el paisaje del Paseo de la Castellana y del skyline madrileño.
Este fue el método elegido para sortear las limitaciones urbanísticas que le habían sido impuestas al estudio de arquitectos. El esfuerzo creativo tuvo que adaptarse a una condición tan prosaica y grisácea como la necesidad de ampliar el número de plazas de garaje, al tiempo que se debía encontrar una solución para hacer frente a las irregularidades del terreno. Y el resultado fue la proyección de un edificio colgante partido en dos: unas torres gemelas que juntas formaban un único ente.
Las Torres Colón, suspendidas a compresión, sufrieron más tarde un lavado de cara poco favorecedor muy a pesar de Lamela y sus compañeros. Para evitar una revocación del edificio a raíz de la expropiación a su antigua propietaria, la extinta compañía Rumasa, se recubrió el exterior con una piel acristalada de color marrón cobrizo.
Además, la norma municipal de la época explicitaba la obligatoriedad de conectar las dos torres por medio una escalera de evacuación. Para ocultar este elemento que rompía con el concepto sobre el que se había erigido la obra se inventó el famoso «enchufe» de estilo art decó. En 2009 Lamela, ironizó sobre él en una entrevista para el diario El País donde declaró que «la misión de las clavijas era ser lanzaderas de rayos láser, pero al final resultaba muy caro».
Tanto la segunda cobertura del edificio como el copete en forma de enchufe se adoptaron como remedios con fecha de caducidad, pero varias décadas después, permanecen en su sitio y configurado una postal fija del Paseo de la Castellana. Cuando concluyan las obras en 2022, los madrileños tendrán que acostumbrarse al nuevo look de las Torres Colón.
Antonio Lamela, antes de fallecer, expresó su última voluntad de devolver a las Torres Colón el aspecto que había imaginado para ellas. El Ayuntamiento contestó a su petición validando un proyecto que reculaba en las últimos cambios de imagen sufridos las Torres Colón.
Así, esta reforma, aun envuelta en controversia, tal vez llegue a ser la anhelada concesión póstuma a un arquitecto que convirtió Madrid en cuna de la vanguardia urbanística.
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