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Verano
Desvío mi mirada perdida. Ya diviso las luces del próximo tren, el que me llevará a tu encuentro.
Llevo ya tiempo esperando en el andén que casualmente mejor te define. La verdad, nunca he creído en las casualidades. Es la estación con línea directa hacia ti.
Deseo no llegar tarde y salgo con prisa. Debajo de esta apariencia de rutina invernal, que apenas me ha dado tiempo a soltar, llevo el atuendo perfecto para disfrutar.
Y aquí, con toda mi ilusión voy a tu encuentro. ¡Espérame verano! Que no tardo.
– Patricia G., lectora de Madrid Secreto.
Sin título
No entiendo nada.
No están.
¿Por qué?
El mensaje era muy claro. A las 12 en la estación de Sol, en el andén 2, bikini amarillo y gafas de sol
¿Se habrán arrepentido? Descalza no puedo avanzar, ¿vendrán en el próximo tren? ¿Y si no vienen?
Esperar, seguir esperando sin avanzar, sin subirme a ningún tren, toda una metáfora de la vida, ese ir y venir de trenes, de oportunidades perdidas, esa falta de adecuación en cada uno de nosotros a las diferentes situaciones, a lo que nos trae y se lleva la vida… Simplemente perdida, perdida en bikini, abrigo y con gafas, sin lógica ni sentido, esperando…
La piel descalza
Los días descalzos para ella nunca fueron un problema. El café en Jacinto Benavente, equivocarse y andar hasta la Plaza Santa Ana y acabar cayendo en algún garito de moda o con modos extraños por la combinación de soda y whisky, tequila y amaretto añejo de la propia Toscana. La saludaban en Chueca y se sentía Madrid, a veces en Plaza España pensó que volvería a leerse El Quijote, pero siempre llevaba consigo un cartón de Don Simón que le advertía de algún molino que aquella noche la volvería a desnudar.
El alma rota, pero con calor. Agosto del 2020 y en cueros, decidió cambiar de planes; descalzar su piel y bajar por Gran Vía. «Aparque aquí si puede». Algunos euros sueltos, el chándal temblando y su cadera que nunca llenaba las anchuras de sus telas. Las gafas de sol, el bikini amarillo. No más de 5€ en el Primark, y unas cuantas caras absurdas. «¿Y por qué no? » Quería sorprender a algún asiático, que alguno le tirase flores. Un sureño le salvase de Madrid, que era ya más que un amante bello que nunca le preparaba el desayuno, pero le enseñaba las estrellas sin mirar al cielo. Alguno silbó por sus piernas, otro se llevó un recuerdo de su piel desteñida, de sus uñas largas, de los días vivos que no tenían sentido.
Pensó que alguna galaxia habría más allá de Sol. Coger un tren y aparecer en La Latina sería un buen plan, un buen romance con las aceras y las esquinas de los Austrias o recordar, como siempre recordó, a su querido Valle, a su Quevedo más amable, a Federico y sus palomas. «Rumbo al otro lado, señor. Que Madrid me puso arrugas y me asusté al verme». El vagón veía un alma perdida. Madrid, sin embargo, se volvió a enamorar de ella, como cada noche, cuando el rojo atardecer se ceñía a una cristalera, y el vapor de su ombligo se evaporaba y juraba volver a morir, para nunca más desaparecer de aquí.
– Niel Onetti., lector de Madrid Secreto.
📸 La foto seleccionada ha sido extraída del libro Retrato de Madrid, de Javier Aranburu, ya a la venta en librerías.
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