Lo has visto en el primer capítulo de la segunda temporada de la serie Paquita Salas. Es el karaoke donde la representante y Macarena García celebran el premio Goya que la actriz había recibido esa noche. Y seguro que también lo has visto en las stories de Instagram de ‘los Javis‘ y de más de un concursante de las últimas ediciones de Operación Triunfo.
Te lo han vendido de tal manera que el ‘Sácame por Dios’ es ese karaoke en el que esperas encontrar magia, un ambiente íntimo, la elegancia de un piano bar y gente que, viendo que es frecuentado por cantantes profesionales, no acudan para berrear, sino para intentar afinar. Pues bien, nos hemos plantado en el ‘Sácame por Dios’ dispuestos a dar el do de pecho y hemos descubierto que cumple, de sus expectativas, la mitad.
En el número 21 de la calle de Hernán Cortés no encontrarás ningún cartel que indique que has encontrado el local, pero la cola de la puerta lo delata. Están los que esperan con indiferencia su turno para entrar y los curiosos que se acercan al portero: «¿Es este el karaoke de Paquita Salas?» «Sí, aquí es». Al comentarle al chico de la puerta que «claro, es que no hay cartel», te contesta que «es un lugar para los asiduos«. Pero para llegar a ser asiduo, tendrá que haber una primera vez, ¿o no?.
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En el rato de espera, te preguntarán si has reservado. «Es muy pequeño, es mejor llamar y reservar una mesa para asegurarse el sitio», explica la relaciones públicas. Pero claro, era la primera vez. Qué íbamos a saber.
Una vez cruzado el umbral de la puerta, y tras la alegría de supuestamente no tener que pagar entrada (como ocurre en muchos karaokes que sí anuncian su consumición mínima en la misma puerta) lo primero que ocurre es que amablemente te hacen pasar por una barra situada a la entrada, separada de la sala de karaoke por un pasillo, y allí te explican que con cada consumición te dan un ticket para poder cantar. Por ende, si no bebes, no cantas. A ver los realfooders cómo se las apañan.
No esperes encontrar cervezas a 4€ como ocurre en el mítico Cheers de la calle Huertas. En el ‘Sácame por Dios’ un refresco o un botellín te costará la friolera de 7€, y las copas, 12€ excepto para bebidas premium. Para un sueldo medio, no es como para ir a darse un concierto –que era nuestra intención–.
Llega el momento. Recorremos el pasillo como si el mismo Roberto Leal nos hubiera animado con su ‘cruza la pasarela’ y llegamos a la sala. Lo primero que nos llamó la atención es que en las imágenes de la serie parecía más grande. En la realidad, su aforo es de 60 personas que se reparten entre pequeños sofás y asientos de terciopelo, con otra barra atrás y el escenario presidiendo la sala.
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Se notaba en el ambiente de esa noche que allí a nadie le importaba que un refresco pequeño costara lo mismo que un libro de bolsillo. En las manos de la gente frente al escenario veías los puñados de tickets rosas esperando a ser cambiados por canciones, pero ¿dónde se pedían las canciones? Tardamos un rato en que nos lo explicaran. «A la chica de allí», señalaban. Esa chica iba danzando de un sitio para otro y no había quien la pillara. Cuando por fin paró en el fondo del escenario, en lo que supusimos era una sala desde la que controlar el sonido, decidió quedarse allí y no salir.
Prudentes nosotros que no quisimos estropear el momento de despliegue artístico de quien cantaba en ese momento –o lo intentaba, porque los micrófonos no se oían–, esperamos a los pies del escenario sin subir a buscar a ‘la chica de los tickets’. Ella volvió a dar vueltas, yendo y viniendo, y sin reparar en quienes le querían pedir canciones. Sin embargo, cuando paraba en el escenario, colmaba el protagonismo al cantar por detrás y con otro micro enchufado, las canciones de quien estaba en su turno de estrellita. Bailar Pegados de Sergio Dalma, Se Fue de Laura Pausini, o Papaoutai de Stromae. Daba igual, ella se las sabía todas. Y la voz de quienes habían elegido esas canciones, no llegamos a escucharlas nunca.
Cuando por fin logramos darle pena, nos dijo que no tuviéramos prisa, ya que había «una cola de espera de una hora«. «Ya, pero nuestro grupo está separado porque estamos aquí esperando para darte los tickets». Se apiada de nosotros y nos lleva en busca de una tablet donde apuntar nuestro nombre y petición. Pero del nombre apunta la mitad y con errata. ¿Cómo íbamos a enterarnos de nuestro turno? En ‘Sácame por Dios’ hay una única pantalla pequeña en mitad de la sala que apunta al escenario, por lo que si estás detrás de ella, como era nuestro caso, era imposible ver las llamadas para salir a cantar. Se lo decimos. «Quería poner otra cosa, pero me ha salido eso. ¿Me perdonas, verdad?», y se fue como el Marco de la Paussini para no volver.
Nuestro refresco ya no refrescaba, a quienes se subían al escenario no se les escuchaba, nuestra canción nunca llegaba y la gente de alrededor no parecía abierta a socializar más allá del grupo con el que habían ido. No era el ambiente de parroquia que suele haber en los karaokes. Pero los típicos pasados de vueltas, no faltaban. ‘Sácame por Dios’ es lo que acabamos pensando de un karaoke que promete ambiente exclusivo, pero que en realidad resulta excluyente.