¿Cuántas veces has fantaseado con ser el último habitante de la Tierra? ¿Cuántas veces has soñado con entrar al Mercadona y arramblar con los productos gourmet sin pagar un céntimo porque no hay nadie que te lo cobre? ¿Cuántas veces te has imaginado paseando por la Gran Vía sin tener que ir abriéndote paso a codazo limpio?
No estamos diciendo que nada de esto vaya a pasar pero, si por razones que no vienen al caso la humanidad se desvaneciera de la faz de la Tierra, Madrid luciría algo parecido a lo siguiente.
La ciudad quedaría a oscuras pronto
La clásica postal postapocalíptica en que semáforos y farolas alumbran las calles desiertas tiene cierto encanto fatalista, pero es pura patraña. Posiblemente la luz en las ciudades no llegaría a mantenerse ni 24 horas sin presencia humana. En 2015 el 73% de la energía eléctrica consumida se obtuvo de combustibles fósiles, y sin personas encargadas de obtener, transformar y mandarte los vatios a casa vete despidiendo de cualquier cosa que dependa de la electricidad. O sea, de casi todo.
La central nuclear de Trillo, en Guadalajara, no muy lejos de aquí, seguiría funcionando quizá durante una semana, pero tras unos días sin mantenimiento sus reactores acabarían fundiéndose. Literalmente. La atmósfera madrileña se vería invadida por ese enemigo malsano, invisible y radioactivo que hizo de Pripyat la avanzadilla del apocalipsis nuclear.
Algunas de nuestras mascotas no durarían tampoco mucho más.
Muchas morirían de hambre y sed al no poder escapar al exterior, y las que lo consiguiesen se enfrentarían al peso del darwinismo más crudo sobre el que llevan miles de años pasando de rositas. Vacas, ovejas o gallinas morirían al no tener quien las alimente. Alan Weisman, autor de El mundo sin nosotros (Debate), afirma que hemos convertido a estos animales en «máquinas de digerir» y que su capacidad de defensa frente a depredadores hace tiempo que dejó de existir.
Di también adiós a razas caninas fruto de experimentos humanos como los chihuahuas, los bulldogs franceses o los pugs (el perro feo de Men in Black). Su fisionomía valdría de poco en un entorno hostil donde habría que ser más rápido y más fuerte que el resto.
No queda claro qué pasaría con seres como las ratas, las cucarachas y las palomas. Hay quienes dicen que, sin restos humanos de los que alimentarse, acabarían desapareciendo. Otros opinan que, paradójicamente, los seres más repudiados de la gran ciudad serían capaces de medrar aún más, campando a sus anchas sin la presencia del rey de la cadena trófica. Las cucarachas, por ejemplo, llevan merodeando la Tierra alrededor de 300 millones de años. Muy fea se les tiene que poner la cosa para que desaparezcan.
¿Te acuerdas de las lluvias que anegaron los túneles del metro? Sin trabajadores encargados del mantenimiento y de bombear el agua fuera del subterráneo sus galerías se parecerían pronto a esto.
Entre cinco y diez años después de la desaparición del género humano las calles de la ciudad tomarían un aspecto enmoquetado de tono verde, y las grietas en aceras y asfalto, sin nadie que las reparara, serían arriates naturales para la vegetación que para entonces ya habría empezado a tomar la ciudad. Semillas como las del alianto, un árbol capaz de hundir sus raíces hasta cien metros de profundidad, se extenderían sin la existencia de barrenderos. El Retiro ya habría dejado de ser un hermoso parque de formas geométricas para convertirse en algo más parecido a un bosque denso.
En unos 20 años las filtraciones de agua acabarían oxidando las piezas de hierro y acero de ciertas construcciones, resquebrajando el hormigón que lo cubre. No sabemos cuánto tardarían los puentes que cruzan la M-30 en correr el mismo destino que el puente de Minneapolis en el 2007. El cemento y el hormigón de los edificios empezaría a desgajarse a partir de los 50 años sin cuidados, y en unos 80 los tejados de muchos edificios empezarían a hundirse.
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Un Madrid sin humanos podría convertirse pronto en una especie de parque natural donde los animales camparían a sus anchas. La Zona Desmilitarizada que separa Corea del Norte y Corea del Sur da una idea de qué podría pasar. En 1953, durante las negociaciones del armisticio entre ambos países, esta zona se convirtió paradójicamente en una de las más peligrosas y a la vez más seguras del mundo. En los más de 600 kilómetros cuadrados que abarca la Zona Desmilitarizada conviven miles de especies animales y vegetales ya extintas o en peligro de extinción en el resto de la península coreana.
Lobos, osos y linces podrían llegar algún día a ser los reyes de Malasaña, Chueca o Lavapiés. Posiblemente aumentaran considerablemente su tamaño. Lo que sí es seguro que se multiplicarían exponencialmente. En 1995 se soltaron apenas unas docenas de lobos en el Parque Nacional de Yellowstone como parte de un proyecto para la protección de la especie. Diez años más tarde esas docenas se habían convertido en 1.500 ejemplares.
Por el momento ya hay quienes han pensado que la extinción de la humanidad traería más beneficios que inconvenientes. El autodenominado Movimiento para la Extinción Voluntaria de la Humanidad (VEHMT por sus siglas en inglés) promueve básicamente eso, borrarnos del mapa deteniendo la actividad reproductiva. Les Knight, fundador del movimiento, lo resume así: «Los últimos humanos podrían contemplar los últimos atardeceres en paz sabiendo que han devuelto el planeta a algo lo más parecido posible al jardín del Edén».