
Lo que ayer fue norma, hoy resulta exótico.
Después de vivir durante tres años en Reino Unido, cuando volví a España me moría de ganas por arrastrarme por los bares más chabacanos de Madrid, los más castizos, bares auténticos. Los tautológicamente llamados «bares muy bares».
Mis amigos no lo entendían por varios motivos: bares donde abunda la fritanga, alejados de los barrios de moda y su gentrificación. Bares donde es imposible llevar a tu amigo vegano. ¿Qué persona cabal con Instagram querría esto para sí misma?

Pero principalmente no lo entendían porque para ellos estos bares no representaban ninguna novedad. Estaban más que vistos, eran los sitios de siempre, mientras que para mí habían adquirido el indescifrable atractivo de lo exótico.
Dice el filósofo Byung-Chul Han en su libro La expulsión de lo distinto que la sociedad neoliberal entiende lo distinto como auténtico, esto es, comercializable. Hay en la autenticidad un valor comercial que la diferencia de aquello que nos resulta totalmente ajeno. Y los bares Paco, por muy de moda que esté el poke y la soja texturizada, seguirán formando parte de los límites de lo posible, de lo aceptable. Los bichos que vendía Carrefour, por ejemplo, quedan fuera.

Sirva esta reflexión para entender por qué los bares más castizos, más básicos, los bares de barrio de toda la vida que hace unos años no despertaban el interés de nadie más allá de lo cotidiano, suponen un atractivo. De ahí que Leah, responsable de la web Madrid No Frills (Madrid sin flecos, o Madrid sin florituras) haya fotografiado 100 bares de Madrid en un intento por retratar este Madrid que parece resistirse al juego de las modas sin poder evitar entrar en ellas.

Puedes disfrutar del resto de las fotografías en Madrid No Frills.