El oscarizado documental Searching for Sugar Man contó en 2012 la historia de Sixto Rodríguez, un músico retirado y olvidado en Estados Unidos que incomprensiblemente era exitoso en Sudáfrica. Sus casetes llegaron a otro continente, se reprodujeron (con toda la polisemia del verbo: se escucharon, se piratearon y se multiplicaron) y Sixto se convirtió en un mito sin que él lo supiera.
Pienso en esta historia al pensar en la Cofradía de San Isidro Labrador de Biñan, una ciudad filipina que ronda los 400.000 habitantes. Un grupo de sacerdotes y misioneros agustinos llegaron en el siglo XVI a Filipinas y en 1637 decidieron erigir una parroquia en homenaje al patrón de Madrid.
¿Los motivos? Hemos contactado con la cofradía y a través de mails nos dan dos grandes razones. La primera alude a la economía agrícola: “San Isidro era el intercesor más adecuado para cosas de la naturaleza”. Y la segunda a la canonización de San Isidro (en 1622) y a la cercanía de la fundación de Biñan como pueblo independiente.
El escritor filipino Pepe Alas añade algo más de información al respecto en su blog: “comenzaron a circular historias sobre San Isidro Labrador visitando Biñan a medianoche para bendecir sus tierras de cultivo para una cosecha abundante”.
Una iglesia, mil catástrofes
El empeño natural por erigir una ciudad en lugares que no están hechos para ello es una forma de tesón y de obstinación fascinante en algún punto. Como San Francisco y los sismólogos que avisan de terremotos catastróficos en la ciudad o como CDMX y su arquitectura adaptándose para que el impacto sea menor tras cada fenómeno sísmico.
La iglesia de San Isidro, con casi el mismo tiempo que Isidro lleva teniendo el San delante, ha pasado casi por todos los percances naturales que se puedan imaginar. Hay distintos textos que hablan de un terremoto en 1863, del impacto de un rayo en el campanario en 1870, de un tifón que la destruyó en 1905 y de un incendio en 1960. Una iglesia hecha un Frankenstein.
San Isidro y la devoción
La devoción a San Isidro Labrador se ha convertido en un lazo entre la gente de la parroquia, integrada por 150 miembros que se reúnen todos los sábados para la Misa de Devoción a las 5 AM. Una misa que incluye: “una oración comunitaria del Rosario, la Santa Misa, la Exposición y Bendición del Santísimo Sacramento, la Bendición de los Trabajadores y los Frutos de su Trabajo y la Procesión de la Reliquia”.
La cofradía se define como como “un grupo de devotos de San Isidro encargados de difundir la devoción a San Isidro en toda la Diócesis de San Pablo”. En ese esfuerzo por convertirse en altavoz celebró el año pasado (coincidiendo con el 400 aniversario de la canonización del santo) el paso de parroquia a santuario diocesano en un rito de comisionamiento dirigido por el Obispo de la Diócesis de San Pablo.
Lo divino y lo incontrolable
La historia de Biñan y de su relación con San Isidro (y consecuentemente con Madrid) es, de alguna forma, el tipo de historia que da sentido a las devociones o a las paranoias. Como en el caso de Sixto Rodríguez, como en el caso de Los Modlin, como en el caso de la canela.
Una historia que habla de la entropía y de lo divino o de la entropía y lo incontrolable. Una muestra del viaje temporal de los elementos culturales a través del tiempo y del espacio y de cómo estos, como las plantas a ojos de Stefano Mancuso, se mueven por el mundo con independencia de la voluntad humana.