He tomado la costumbre –buena costumbre desde la perspectiva humana y oradora; mala costumbre desde la periodística– de contar la historia de Los Modlin desde la experiencia propia. Sé hacerlo de otras formas, pero no me sale igual.
Hace como 5 meses, érame yo leyendo Twitter cuando di con un artículo que produjo en mí cierta sensación de envidia sana (o no): maldita sea, tal persona ha hecho algo que me hubiera gustado hacer a mí. Ese algo era un artículo titulado La nadadora canaria que enamoró al mundo en 1960 y protagonizó aquella misteriosa fotografía de la revista LIFE. Resumen rápido por si no quieren leerse el artículo: Sara Ocón, editora gráfica de Vanity Fair se encontró con una foto que le cautivó, la investigó y, al más puro estilo cortazariano, se topó con una historia.
Yo, que creo que la felicidad es doble si es compartida –no me juzguen, solo justifico mi acción–, le pasé el artículo a mi amigo Antonio. Antonio me dijo que la historia le recordaba a la de Los Modlin; yo le dije que no tenía ni idea de qué me estaba hablando; él me pasó el tráiler de un documental; yo le pregunté que dónde podía verlo; él me dijo que no lo sabía, que lo vio en Matadero en su día; yo lo busqué en Filmin, en Netflix, en YouTube, en HBO y en Movistar + y fracasé en mi búsqueda. Me obsesioné y me frustré, hasta que pensé en una amiga que trabaja en una productora, le pregunté si sabía dónde podía encontrar ese documental, me dijo que sí, que era amiga personal del director y que le iba a preguntar: me pasó un link al documental. Lo vi, colmé mis necesidades y yo, que creo que la felicidad es doble si es compartida (sic), se lo pasé a toda aquella persona por la que siento un mínimo de aprecio.
La historia se diluyó en mi memoria y (spoiler) pasó a integrar una lista de apellidos que tengo en el móvil: linajes familiares que terminaron, así se llama la lista. Más tarde, buscando libros para reseñar en este medio que me da de comer, me encontré con que la historia de los Modlin no solo es un documental, sino que también es libro. Un libro de Paco Gómez. Y tras leerlo me encontré, también, con que el valor del libro es incuestionable y superlativamente superior al del documental (léanlo y sabrán por qué lo digo). Digo que, tras leerlo, me sentí vacío, huérfano de una historia, y quise contribuir (en medida de lo posible –con toda la humildad del mundo, eh, que no soy ningún megalómano– y con el trabajo de Pablo Pou y de Antonio Delgado, cámara y editor de vídeo respectivamente) a cumplir el sueño de los Modlin. A continuar lo que empezó Paco Gómez y a referenciar aquí la máxima romana: los humanos morimos dos veces: primero de forma biológica, luego en la memoria. En ese sentido, nuestra contribución (insisto) sería para dotar de inmortalidad memorística a una familia atemporal, bohemia y magnética. A los Modlin.