El Cementerio de San Isidro es una especie de sinécdoque de Madrid. Andrea Fernández García nos guía en una ruta por el lugar y dice dos cosas que aclaran la primera frase. Una: “la ruta es una reconstrucción de Madrid y de España a través de sus personajes históricos”. Otra: “cada uno con su parcela hace lo que quiere… lo que acaba pasando es que sucede como en Madrid: un abigarramiento”.
No en vano, la construcción del propio cementerio se produce en el espacio negativo o menos contado del crecimiento de la ciudad. Si a Carlos III se le conoce como al alcalde de Madrid en parte es porque en 1787 detecta la insalubridad derivada de enterrar en iglesias y en capillas. Hay que crear infraestructuras al aire libre.
Y se crea en las espaldas de donde tuvo lugar uno de los milagros de San Isidro y de donde se ubica la fuente a la que se le atribuyen milagros.
El cementerio se inaugura en 1811 y en palabras de Andrea Fernández, que coordina el departamento de Difusión y Comunicación Sacramental de San Isidro: “es el primer cementerio privado, eclesiástico y extramuros de Madrid: el más antiguo de la ciudad”.
La arquitectura del Cementerio de San Isidro
En Sostiene Pereira, la icónica novela del escritor italiano Antonio Tabucchi, Monteiro Rossi es un joven periodista que solo escribe obituarios. La función del escritor de obituarios y del arquitecto de mausoleos guarda ciertos parentescos. La calidad del texto o de la obra, en ambos casos, rara vez interesará al protagonista.
El Cementerio de San Isidro es –en una relación monumental per capita– uno de los espacios madrileños donde se concentran un mayor número de obras relevantes de arquitectos y escultores.
La relación entre Madrid y el cementerio tiene continuidad en este aspecto: los ejecutores de las mejores obras de finales del XIX y principios del XX –Antonio Palacios, Mariano Benlliure, Agustín Querol– llevaron a cabo grandes obras en San Isidro.
Andrea Fernández destaca otra cosa en ese sentido, al ser un cementerio privado, las parcelas se compran a perpetuidad: “los cementerios municipales tienen alquileres a 40 o 90 años y aquí se compran para siempre”.
Un paseo por el Patio 4
Subiendo la cuesta del Patio 7, se llega a un balcón desde el que a priori se ve la Catedral de la Almudena y que en otro tiempo fueron las mejores vistas de la ciudad. Aquí empieza el Patio 4 y el número que le acompaña determina un componente genealógico. El orden en el que se construyó el cementerio es el orden en el que se numeran los patios.
“Lo mejor de la aristocracia española y burguesía emergente quiso enterrarse aquí”, dice Andrea Fernández y como si de un silogismo se tratara concluye lo siguiente: “Si lo mejor de la aristocracia quería enterrarse aquí, los más importantes artistas van a querer hacer las viviendas del más allá”.
Dándole la espalda a Madrid empieza la visita del Patio 4 y el recorrido por uno de los cipresales bicentenarios más importantes de Europa enfoca los pasos hacia una de las pocas obras modernistas de Madrid.
Panteón Guirao
Obra maestra del arte funerario y obra maestra del modernismo español. Agustín Querol Subirats, no en vano, era catalán y reconocido en Madrid por obras como el monumento a Quevedo en la glorieta de Quevedo, el frontón de acceso a la entrada de la Biblioteca Nacional o los pegasos del Ministerio de Agricultura.
Luis Federico Guirao ordenó la construcción del panteón para homenajear a su esposa doña Luisa Sancho Mata.
Además de su ubicación privilegiada, Andrea Fernández destaca su esplendor y la delicadeza del escultor: “es una ascensión a los cielos exquisita: la parte horizontal tiene motivos relacionados con las virtudes terrenales y la superior muestra esa ascensión de lo que podría ser la propia doña Luisa”.
Sepulcro de la Fornarina
El sepulcro de la Fornarina es ejemplo de la importancia que tuvo la Guerra Civil en el cementerio (“fue una zona de contienda muy fuerte: es zona de colinas”, dice Fernández). Parece que la lápida está coronada por una Victoria de Samotracia a punto de alzar el vuelo.
La realidad es otra: “cerca del sepulcro explosionó un artefacto: en documentación que tenemos previa a la Guerra Civil hay fotos en las que vemos que es un ángel femenino con la cara ladeada”.
Aquí yace, decíamos, la Fornarina, cuyo verdadero nombre fue Consuelo Bello Cano y que es conocida por ser pionera del espectáculo y divulgadora del cuplé. Murió con 31 años y entre sus admiradores estaban Jacinto Benavente o los hermanos Manuel y Antonio Machado.
Panteón de Godia
“Como se ha paralizado el tiempo, podemos comprender la historia de Madrid y de España a través de sus monumentos. Y este es muy especial porque corresponde a una época en la que no era habitual hacer obras tan impresionantes: es de mediados de siglo XX”, dice Fernández.
La espectacularidad del panteón del empresario Francisco Godia salta a la vista en la propia imagen, pero sobrecoge más en un recorrido de 360º. Para apreciar el pantocrátor o las cadenas que sujetan el sarcófago. “La intención de Godia era enterrarse en el sarcófago y permanecer por la eternidad de manera oscilante ascendiendo a los cielos, pero la familia lo enterró en la cripta”.
A los pies del monumento, igual que ocurre con (por ejemplo) la torre BBVA de Saenz de Oiza, se haya la firma del arquitecto José Marañón y el escultor Alfredo Felices.
Panteón de los Hombres Ilustres
“Es impresionante y es un despropósito”, dice Andrea Fernández captando con esos dos adjetivos la atención de cualquier persona que hubiera pasado por delante. Se refiere a los panteones de personas importantes para el Estado en una época que se puede fechar en las postrimerías del siglo XIX: “hay tantos Gobiernos pequeños, conspiraciones y golpes militares que este tipo de proyectos acaban quedando inconclusos”.
Aquí, por ejemplo, está la tumba de Goya pero no está Goya: “Goya se autoexilió en Burdeos, ahí fallece y es enterrado. De Burdeos se traslada a San Isidro y en 1919 a la Florida. La cantidad de movimiento de cuerpos que se produce en España llega en parte como consecuencia del auge de los nacionalismos”.
Los otros nombres que acompañan la tumba no ocupada por el pintor aragonés son el político Donoso Cortés, el poeta y político Meléndez Valdés y el dramaturgo Moratín.
Panteón de la Gándara
Desde el inicio de la ruta, Andrea Fernández se ha referido a este panteón en repetidas ocasiones: “es uno de los más especiales que tenemos” dice cuando, como un sereno, saca un juego de llaves, busca la adecuada y abre la cancela. “Muchos investigadores coinciden en que el 80% del patrimonio artístico podría estar condensado en este monumento… es un panteón delicioso”.
Se refiere al panteón como un cofre que alberga una joya.
La joya en cuestión es un ángel esculpido por Giulio Monteverde, uno de los escultores neoclásicos más representativos del arte italiano del momento: “esta obra se traslada de Roma a San Isidro usando animales de arrastre”.
Cuando Fernández destaca la belleza de la escultura parece que repasa la morfología humana al completo. Cada matiz le maravilla: los bucles del cabello, la mirada ensimismada, las uñas, las cutículas, la planta del pie que todavía le queda o el manto mortuorio.
Panteón de los Duques de Denia
En este juego de síntesis y sinécdoques que atraviesa todo el reportaje, el panteón de los Duques de Denia casi se podría definir como la concentración histórica y teórica del cementerio.
El duque de Denia, desesperado por la muerte de su esposa, escribe cartas a la junta de la Archicofradía para solicitar que, por favor, le permitan ubicar aquí el monumento dedicado a su esposa para que tenga las mejores vistas de Madrid por la eternidad.
Tal fue la devoción y la insistencia que la coronación de la idea estuvo rematada por el escultor que se encarga de los detalles fúnebres: Mariano Benlliure, que hace dos grandes sarcófagos en bronce rodeados de ángeles y las esculturas yacentes de los duques de Denia. Y un cristo que en palabras de Fernández: “de manera muy teatral lo que hace Benlliure es ubicarlo bajo este lucernario para que tenga distintos reflejos según la época del año en la que nos encontramos”.
El panteón de los duques de Denia, sin embargo, no conserva todos los elementos originales: es uno de los monumentos que más han sufrido. Se levantaron a palanca los bronces de los sarcófagos para fundirlos. También el cristo tiene restos de disparos en el pecho, en el abdomen y en el muslo.
¿Cómo visitar el Cementerio de San Isidro?
El Cementerio de San Isidro ofrece visitas guiadas todos los días de lunes a domingo (de 9h a 15h) previa reserva. Para reservar se puede contactar al correo electrónico info@cementeriodesanisidro.com.
Además de la visita regular, también se organizan visitas especiales como las derivadas de colaboraciones con el Museo Cerralbo o con el Museo del Romanticismo. También colaboran este fin de semana con Gastrofestival con visitas centradas en Agustín Lhardy, fundador de uno de los restaurantes más antiguos de Madrid.
La visita al cementerio es una reconstrucción de Madrid y de España a través de sus personajes históricos. La conversión de un libro de historia en un espacio físico. Una compilación de elementos clave –política, cultura, urbanismo– concentrados en un único lugar. Una epifanía constante al respecto del callejero madrileño solo con mirar los nombres que se inscriben en los dinteles de muchos mausoleos. Y desproveer de cualquier elemento tétrico, macabro o lúgubre lo que históricamente ha sido así.