La versión madrileña de Belchite o la certeza de que el mero acto de enfilar la N-320 convertirá tu coche en un Delorean. Es difícil elegir una sola figura literaria que sintetice el acercamiento a Patones de Arriba, pero cualquiera remitiría a una cuestión: el tiempo detenido.
No se puede hablar de Patones de Arriba en la segunda década de los 2000 en términos de desvelamiento de un secreto. Este pueblo de la Sierra Norte de Madrid fue durante muchos años un sitio en el que por no pasar no pasaba ni el tiempo. La situación cambió cuando fue declarado Bien de Interés Cultural y automáticamente se reveló en lo que ya era y que este titular anticipa: el pueblo más bonito de Madrid.
La arquitectura negra
La visita a Patones tiene una función que va más allá del deleite visual. Lo bonito de Patones no es Patones –sí es Patones–, sino el enclave en el que se enmarca. Las rutas de senderismo que tan bien tiene recogidas Wikiloc o la certeza de que estás en uno de los pocos pueblos de Madrid que ejemplifican la arquitectura negra.
La arquitectura negra, que es típica de Guadalajara y que en Madrid apenas está presente en media decena de pueblos, se define por el material con el que están construidas las viviendas que integran sus pueblos: pizarra. Así, teniendo entre poco y nada que ver con la pintura negra de Goya, la arquitectura negra nace o se establece fruto de la necesidad de adaptarse a las extremas condiciones climáticas del invierno.
El resultado de la simbiosis entre la pizarra y el empedrado del suelo da lugar a una definición común en internet y también a la primera descripción que hace cualquier visitante de Patones de Arriba. Es un pueblo de cuento.
La historia de Patones
Si existe un Patones de Arriba es porque existe su homónimo de abajo y la historia de la creación del segundo Patones se fecha en la Guerra Civil, cuando los vecinos establecieron su vivienda unos kilómetros más abajo.
La historia itinerante del pueblo casi rima con las certezas de la creación del pueblo, cuando los hermanos pastores Patón (Asenjo, Juan y Pero) crearon un cortijo en el siglo XVI. Hay que ir varias décadas más tarde hasta llegar a un texto que el historiador Antonio Ponz dejó escrito en 1781 en el que decía que el pueblo se rigió por reyes (y no por alcaldes) hasta mediados de 1700.
En el texto, Ponz indica que los Patones, así es como se les conocían a los vecinos, eligieron “entre ellos a la persona de mas probidad para que les gobernase y decidiese sus disputas, de cuya familia era el sucesor (…) llamando a su cabeza Rey de los Patones”.
Cómo llegar a Patones de Arriba
Madrid y Patones están separados por apenas 60 kilómetros de distancia, pero hay dos cosas que conviene saber en lo relativo a la idoneidad de su visita. Ambas están relacionadas con el hecho de que este artículo no descubre ninguna desconocida Arcadia. A partir de aquí: domingo tras domingo Patones se llena de coches y no son pocos los casos de gente que llega y tiene que dar media vuelta. Ante esta situación, dos consejos: ir entre semana o madrugar muchísimo.
En coche se tarda cerca de una hora y no es posible entrar con el vehículo hasta dentro del pueblo –solo el medio millar de habitantes están autorizados a aparcar en el interior. Hay quien recomienda aparcar en el parking disuasorio de Patones de Abajo y a partir de ahí subir andando por la senda ecológica del barranco.
En lo relativo a autobuses: hay hasta tres líneas que conectan la ciudad de Madrid con Patones. Todas ellas se cogen en el intercambiador de plaza Castilla. Y son las siguientes: 197, 197 A y 913.