La primera vez que tuve constancia de estar escuchando un chotis –excusatio non petita accusatio manifesta: uno no ha nacido en Madrid– fue a los 14 años viendo ‘Navajeros’, la película de Eloy de la Iglesia. Yo no lo sabía y apenas me entero ahora revisando la escena, pero ahí de la Iglesia estaba resignificando un símbolo castizo: lo que hace es agarrar un baile tradicional y, en una escena que enorgullecería al mismísimo Pedro Lemebel, convierte en protagonistas del baile a travestis y a homosexuales.
Tiempo después buscaría en YouTube el chotis en cuestión (se llama chotis de las Taquimecas, data de 1927 y el autor es Francisco Alonso) y me sorprendería el reducido número de visualizaciones. Sumando todas las versiones que hay diseminadas por internet quizás apenas llegaría a las 20.000 reproducciones. Claro, pienso, YouTube es de uso eminentemente juvenil y el chotis no tiene en la juventud actual su público objetivo, por mucho que C. Tangana grabe a una pareja de chulapos bailando un chotis en plena calle.
Esa pareja la forman Carmen y David y están reduciendo la brecha digital existente entre las nuevas generaciones y las de antes. Lo hacen sencillamente como se ha hecho siempre antes: saliendo a la calle a bailar y pisando eventualmente las discotecas. Nada más fácil de explicar, nada más disruptivo. Carmen dice a este medio: “nos vamos con la parpusa y el mantón a las discotecas y pedimos un chotis. Casi todas las discotecas nos lo ponen”.
Quedar se nos hace difícil y les mando las preguntas por WhatsApp. Pregunto: ¿cómo le explicaríais a un marciano lo que es un chotis? Y David dice: “yo a un marciano no le diría nada: simplemente bailaría para que viese que el humano anda y se puede desplazar con los pies juntos. Eso sí, con la estimable ayuda de una chulapa y que se dé cuenta de que es un baile único en la tierra y en el universo. Girando como se debe de ser: para que se quede con la boca abierta”.
Poco importa que el público sea extraterreste, madrileño o de fuera. El efecto generado es el que plantea David porque como dice Carmen, lo que ellos hacen es salir “todos los domingos por el centro de Madrid a bailar con nuestros mejores trajes y con la mejor música que mi marido ha recuperado de internet”.
También en internet hay una serie de tutoriales que indican cómo se debe bailar un chotis. Un vídeo del HuffPost es verdaderamente didáctico, también hay reportajes de TeleMadrid, pero Carmen piensa que “el chotis se aprende a bailar en la calle: en la Verbena de la Paloma lo aprendimos nosotros. El chotis es callejero y verbenero” y añade que “se necesitan unos zapatos de suela de cuero y mucha ilusión y si vas vestido como Dios manda, pues te transportas y aprendes antes”.
El chotis se está perdiendo, pienso, en gerundio y en reflexivo. Aunque el “se” invita a pensar que es culpa del propio chotis y de nadie más, por eso quizás es mejor decir que lo están perdiendo, pero ¿quiénes? “La Comunidad de Madrid convoca unos chotis anuales que están muy bien, pero están dirigidos a la Dirección del Mayor, que están las personas ya jubiladas. Se tiene que dirigir a todas las personas”, dice Carmen y señala también que “hay olvido del chotis por parte de las instituciones. Nos falta apoyo por parte de los medios de comunicación, nuestras canciones no se oyen en la radio, nos faltan películas madrileñas”.
Ante el olvido, el descuido y un panorama que valora desmedidamente la acción individual en la solución de cualquier problemática, la labor de Carmen y David es inconmensurable “por las caras de satisfacción, los comentarios que nos hace la gente… nosotros tenemos la sensación de estar revitalizando el chotis”, dice Carmen, que lo remata concluyendo que “lo hemos pasado fetén siempre”.