La cabeza bien erguida y la mirada en estado de curiosidad. No hay otra forma de pasear por Madrid. Uno se convierte en voyeur involuntario, en descubridor de esculturas que lideran azoteas y en hacedor de listas personalísimas sobre edificios favoritos. Convendría hacer una encuesta sobre esto último para saber cuántos top 3 ocupa La Casa dos Portugueses. Y otra encuesta paralela para asombrarse de cuánta gente lo elige sin saber que ese es su nombre.
La Casa dos Portugueses, sirva este párrafo como información de servicio, está entre las calles Virgen de los Peligros, Caballero de Gracia y Jardines –al lado de Gran Vía. Fue construida entre 1919 y 1922 (a las puertas de su centenario) y se integra por dos bloques que forman uno solo. El autor: Luis Bellido González, también artífice de Matadero o del Mercado de Tirso de Molina.
La vista de la Casa dos Portugueses ya le sorprende al flaneur atento que desde Gran Vía se encuentra con un rebosante y aparentemente involuntario jardín. La variedad cromática es sorprendente y la sensación de descuido incrementa esta especie de belleza caótica. Las matas verdes se apropian de la fachada como una enfermedad y el equilibrio entre decadencia y frondosidad escogida dota al edificio de una singularidad única.
En este lugar –que no en este edificio– vivió entre 1811 y 1812 el escritor francés Víctor Hugo y hay una placa que lo atestigua. No hay ninguna placa –ni falta que hace– que indique el porqué del nombre del edificio, aunque las razones que lo justifican apuntan a que hace referencia a su anterior utilidad. No una residencia de portugueses y sí un lugar de encuentro para portugueses que residían en Madrid –al menos así fue desde los años 70’.