Después de cuatro generaciones o después de 115 años (cualquier elemento que sirva para medir la temporalidad, en este caso, dará como resultado un número nada habitual), la papelería Salazar cierra. Y lo hace, por decirlo en términos dinásticos, por razones de sucesión.
Fernanda y Ana, hermanas y biznietas de la fundadora de la papelería que tuvieron que hacerse con el control del local porque no les quedó más remedio, han puesto fin a la saga familiar. Y como decimos no lo hacen como consecuencia de la emergencia sanitaria, lo hacen porque se jubilan.
Esta ha sido la última semana de sus 115 años «al pie del mostrador», como reza la emotiva carta de despedida colgada en el escaparate. El anuncio no ha pillado a los clientes más fieles por sorpresa: las dueñas del negocio avisaron de su próximo cierre hace aproximadamente un año.
La importancia de la papelería es mesurable desde mil puntos: la antigüedad, decíamos, es uno de ellos. También en una visita rápida a la hemeroteca relativa a Salazar: aquí, el mismísimo Forges compraba las plumas con las que pintaba sus viñetas irreverentes. No en vano, Salazar ha sido definido así por Expansión: “entrar en Papelería Salazar es como hacerlo en una máquina del tiempo”. O así por Belén Rodrigo en ABC: “la papelería que vende lo que nadie más tiene”.
«Hay muchas cosas que nos gustaría decir, aunque es difícil encontrar las palabras. Por eso, sobre todas las cosas, queremos daros las gracias por todo lo que hemos vivido estos años juntos, por vuestro cariño y por vuestra confianza», se despiden Fernanda y Ana en la carta.
Entonces, desapareciendo o cerrando la papelería que vende lo que nadie más tiene, Madrid se queda sin muchas cosas después de un año marcado por la continua desaparición de sus negocios emblemáticos. Se queda huérfana de la papelería más antigua de la ciudad y nosotros nos quedamos, claro, sin todas esas cosas que nadie más tiene.