El animal, que llegó a desaparecer completamente de la Comunidad de Madrid, volvió de forma natural hace algo menos de diez años.
El lobo, el mayor depredador de la península con permiso del ser humano, ha sido siempre un animal dotado de una mística entre lo salvaje y lo desconocido. El contacto con el animal es y ha sido prácticamente inexistente y, sin embargo, hay quien aún sigue viéndolo como un animal peligroso del que cuidarse. La rémora de Caperucita Roja.
Pero, ¿hay lobos en Madrid? Los hubo y los vuelve a haber. Hacia los años 60 los lobos fueron barridos del mapa madrileño a golpe de veneno y perdigón, pero hacia el 2009 volvieron y el año pasado aparecía el cadáver de una loba atropellada en una cuneta de la carretera M-608, a poco más de 27 kilómetros en línea recta de la M-40.
La siguiente pregunta es: ¿y ahora qué? Es decir, ¿qué riesgos entraña para la conservación del lobo su coexistencia con el ser humano y qué problemas puede acarrear para el ser humano su vuelta a la Comunidad de Madrid?
«Hay una población [de lobos] que lleva poco tiempo y no está aún asentada y eso hace que esté en una situación de mayor riesgo. Han aparecido lobos muertos por atropello, por disparo… Aún hay una mortalidad que para la población de Madrid es una amenaza», explica Theo Oberhuber, miembro fundador de Ecologistas en Acción y coordinador del área de Conservación de la Naturaleza de la organización.
Nuestra no presencia le haría la vida mucho más fácil al animal. «Somos dos grandes especies depredadoras que competimos y el único enemigo que tiene es el ser humano», nos cuenta Luis Suárez, responsable del Programa de Especies de WWF España. El lobo está protegido en toda España por la Directiva Europea Hábitats. Al norte del Duero, donde se concentra el 90% de los ejemplares de la especie, se permiten mecanismos de control cinegético mientras que al sur del río la protección del animal es total y su caza es un delito contra la fauna que podría penarse con cárcel.
Pero también se mantiene el eterno problema con los ganaderos, que se quejan -y con razón- de la problemática de ejercer su profesión con el lobo merodeando. Alejandro Sánchez, biólogo y miembro de la Asamblea de Madrid por Equo, afirma que «el lobo siempre causa daños allí donde está, pero donde han existido tradicionalmente, los ganaderos saben a qué tenerse, por eso nosotros reclamamos a la Comunidad de Madrid les ayude a aprender a coexistir con ellos. El lobo, como todos los animales, es cómodo e intenta ir a lo más fácil y un rebaño protegido por mastines no es fácil; un corzo sí lo es». Además, enumera otras medidas: infraestructuras como vallados portátiles, subvencionar la contratación de pastores, que los ganaderos de zonas donde habite el lobo cobren más por su trabajo. «Quien algo quiere, algo le cuesta», sentencia Sánchez, quien lamenta que gran parte del dinero que se gasta en el lobo sea en sufragar las indemnizaciones a ganaderos por los daños ocasionados por el animal.
Que el lobo esté de vuelta en Madrid es, en términos ecológicos, muy buenas noticias. «Que tengamos o no al lobo en Madrid supone tener mayor o menor equilibrio en nuestros ecosistemas. Hace el trabajo de atacar a individuos menos sanos y además eliminan la prevalencia de infecciones en animales que podrían pasarse al ganado doméstico», argumenta Suárez, una opinión que también comparte Sánchez, para quien el hecho de que el lobo haya regresado es ya de por sí «un indicativo de que hay buenos ecosistemas al ser el lobo la cúspide de la cadena alimenticia, pero, por otro lado, para los ganaderos es una incomodidad inesperada».
El estadounidense Parque de Yellowstone es el clásico ejemplo de lo anterior. Allí, donde el hombre había acabado con los lobos, se soltaron una serie de ejemplares que, con el tiempo, llegaron incluso a transformar el curso de los ríos.
El abandono humano del medio rural ha permitido progresivamente la proliferación de jabalíes, ciervos y corzos, y con ellos, el lobo. Se calcula que entre tres y cinco manadas (cada manada suele estar compuesta por entre seis y siete ejemplares, aunque el número varía a lo largo del año) se reparten por la zona de la Sierra de Guadarrama y la Sierra Pobre o Sierra Norte. Sin embargo, aún no existe un censo oficial y el número de ejemplares podría ser mayor, dada la tendencia de la especie a moverse continuamente y a la existencia de individuos dispersos.
En cualquier caso, esto no significa que vayas a ver uno cada vez que salgas de la M-30 y mucho menos que tus paseos por el campo sean ahora peligrosos. «Es difícil encontrárselo -subraya Oberhuber- por ser grupos reducidos y también por ser muy sensibles a los humanos -. Los encuentros son escasos porque el lobo en seguida se oculta. Después de siglos de persecución nos tiene identificados como una amenaza y se asegura el evitar contacto directo con los humanos. El contacto se produce muy ocasionalmente porque se les busca y además hay que destacar que no hay ningún peligro«.