No es lo mismo que dos bocas se encuentren y luchen tibiamente que tocar u oprimir con un movimiento de labios a alguien. Ambas definiciones refieren a la misma acción, pero está claro que no es lo mismo decir ni hacer una cosa que la otra. La primera acepción le corresponde a Julio Cortázar y la segunda a la Real Academia Española. Hablan de un mismo gesto, el beso, símbolo único de reconocimiento público entre dos personas que encarnan el ideal romántico del amor. Símbolo de otras tantas cosas y lugar común del que nadie escapa. Ni escritores –de Manuel Puig con su mujer araña a Manuel Vilas con su último libro– ni fotógrafos –aquella del final de la guerra en Times Square o el vulnerable y desnudo John Lennon abrazado a Yoko Ono, tampoco Daniel Ochoa de Olza.
Daniel Ochoa de Olza, fotógrafo navarro que vive en Madrid y que ha sido reconocido en varias ocasiones en el World Press Photo, fotografía besos desde que es estudiante y en los últimos meses lo ha hecho con más ahínco: “con el Covid se ha focalizado muchísimo (y creo que está bien, que es necesario) en hospitales y en sitios a los que el acceso no es muy habitual. Hay una parte de la vida cotidiana que no se ha fotografiado tanto”, dice Ochoa a este medio.
La simbología
Dentro de todo este catálogo simbólico que representa el beso –según cuándo, quién y dónde es una expresión política, una declaración de intenciones o un recuerdo imborrable–, su instrumentalización en la fotografía reciente de Ochoa tiene otras connotaciones: “en este periodo incierto salimos de una oscuridad muy negra y me parecía que el beso era un ejemplo claro de un contraste con todo lo que hemos vivido. Además, en la calle, un espacio ajeno a la intimidad”.
Y también otras intenciones: “no pretendo hacer un estudio científico sobre si la gente se besa más o menos. Yo no conozco a las parejas que salen en mis fotos y algunas pueden ser parejas muy recientes. A mi no me interesa la personalización, sino usar la idea (el concepto del beso) como sinopsis de algo mucho más amplio, que es el alejamiento. Cuando todos llevábamos mascarilla era muy difícil fotografiar un beso”.
Lo detectivesco
Al ser la mascarilla un elemento indispensable para salir a la calle durante muchos meses, en un sentido sensacionalista, naif y ñoño bien podría decirse que el beso fue prohibido durante algún tiempo. Se trata de un momento en el que la labor de Ochoa es casi detectivesca.
El fotógrafo sigue con su objetivo (con toda la polisemia de la palabra) a las parejas, busca las condiciones de luz óptimas, lee las intenciones, descarta situaciones, espera y fotografía. “Ves a una pareja y uno de ellos está mirando el teléfono y otro está comiéndose unas patatas fritas y lo más probable es que no se besen porque están en dos mundos distintos. Pero hay otro tipo de parejas que las ves, notas complicidad y piensas: aquí sí puede haber un beso, a ver si tengo suerte y me sirve para mi proyecto”.
Al respecto de esa invasión de la intimidad, de esa manera de entrar fotográficamente en una burbuja, no tiene dudas: “el 100% de las reacciones es positiva. A mí me alucina. Yo trabajo muy cerca de las personas, con la cámara en la mano y normalmente busco un estilo de foto con un tipo de luz determinado y estoy concentrado en los aspectos técnicos y muchas veces terminan pillándome”. ¿Y entonces? Y entonces, nada: entonces le piden que les envíe la foto, que automáticamente se convierte en un obsequio raro e inesperado.
La ciudad
Ochoa dice que notó un momento que fue clave en el cambio de situación. Esse momento es el final simbólico de los momentos más duros de la pandemia en Madrid: el Orgullo: «hubo un punto de inflexión grande en la semana del Orgullo. Había una euforia por retomar ese estilo de vida que se nos arrebató por causa mayor hace dos años”.
“Madrid puede ser acogedora pero también puede ser muy hostil y frente a todo eso, el beso es una burbuja entre dos personas que están ajenas a lo que pasa a su alrededor”, dice Olza, quien fotografía besos en Madrid del mismo modo que lo hace en Barcelona o en cualquier otra ciudad en la que se encuentre. No lo hace buscando y la intención recuerda al primer consejo que le darían a una persona que visita El Rastro por primera vez –“se va a encontrar, no a buscar”. Ochoa parafrasea al fotógrafo francés Cartier Bresson para justificarse y dice que “es muy peligroso querer hacer fotos: hay que salir y mirar”.